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-6- De la educación en general. - - L:i im;1-1rtancia de la educación es m:inificsta. El nifio viene al mundo como el más débil, el más indefenso de los seres. Antes que alcance su completo desarrollo, desde el punto de vista físico, intelectual y moral, ¡cuántos años serán nece– sarios! E,;ta transición del niüo falto de todo, al joven prepa– rado enteramente pc1ra hacer su entrada en la vidc1, es lo que constituye la obra de la educación. L;1 educación deja en el niño una huella imborrable. ¿Quién no encuentra en el hombre ya hecho los conocimientos, las ideas, el carácter espiritual, adquiridos en la edad más tierna? Las nociones que llegan más tarde ya no se a<;imilan, sino a con lición de acLiptarse a la formc1 mental primeramente adquirida. S:)m'.ls, y no dejaremos nunca de ser, lo que de nosotr,Js h.1 hecl10 nue;:;tra primera educación. Bien lo Sdben esos misioneros, que tan dificultoso acceso encuentran entre los adultos, y dirigen sus aLrnes hacia las almas tiernas, vírgenes aun de todo prejuicio. Bien lo saben esos hombres, que, en su afán de modelar la socied.td con arreglo a un nuevo plan, encaminan todos sus esfuerzos a apoJerarse de la juventud. Quien es dueño de la infancia, es duPI1o del porvenir. L'l educación tiene por objeto preparar al homhre a dispo– ner su vida de una manera conforme con su destino. Ahora bien, este destino del hombre tiene dos aspecto,: uno perte– nece a la vid,1 futura, el otro a la vida presente. Debe, pues, la educación poner al hombre en condiciones: 1) de conseguir su destino supremo, haciéndole conocer su último fin y propor– cionánd0le los medios para conseguirle; 2) de desempeñar su papel en la familia y en la sociedad, medios establecidos por la Providencia para que el hombre despli<'gue en ellos ht1r· moniosame:1te sus facultades y tienda con eficacia a su último fin, al cual todo se debe subordinar.
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