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-5- miembros. De aquí la necesidad de los colegios, de las Escue· las Seráficas, donde los adolescentes que ofrecen alguna espe– ranza de vocación religiosa, reciban la educación intelectual y moral que, poco a poco, los encaminará a la entrada de la vida religiosa y la puerta del noviciado. ¿Quién, sin embargo, no ve las consecuencias? Esto cons– tituye una empresa nueva por completo, que se ve obligada a aceptar nuestra Orden. Verdad es que no existe obra alguna, sea ella cual fuere, que en sí misma nos esté prohibida; pero nuestros orígenes, nuestras tradiciones, nos han hecho dirigir preferentemente nuestra actividad hacia las tareas del apos– tolado, tales como la predicación, el confesonario, la Orden Tercera y las misiones en paises extranjeros, obras que consti– tuyen sus principales manifestaciones. Y ved aquí que ahora nos hemos de consagrar a la educación de la juventud: orien– tación nueva, en verdad, que reclama toda la atención de los Superiores, puesto que el educador no se improvisa, y hace al ta, para llegar a serlo, una esmerada preparación profesio– nal. Y ¡cuál no sería nuestra responsabilidad, si confiáramos la formación de estos jóvenes a hombres que no presentaran otra garantía que la de su buena voluntad... ! Ciertamente, no podemos dejar de alabar muy de veras el celo desplegado por las Provincias en favor de las Escuelas Seráficas. La mayor parte de ellas, no sólo han consagrado a este objeto recursos considerables, sino que, sin vacilar, han sacrificado en su obsequio a los religiosos de más relevantes prendas, los cuales, ya sea en el ministerio apostólico, ya en el gobierno de los conventos, hubiesen podido prestar servi– cios más inmediatos, tal vez, y más visibles, pero segura· mente no de tan gran utilidad. Esto no ob!,;tante, la cuestión de las Escuelas Seráficas, ya magistralmente tratada por el Rdmo. P. Bernardo de Andermatt, (Cart. 19 marz. 1893, An. Ord. IX, 107), es de una importancia tal, que hemos creído conveniente insistir en ella, presentándoos algunas reflexiones recogidas de acá y de allá, las cuales, por imperfectas que sean, no dejarán de seros provechosas, y, cuando menos, cons– tituirán una prueba del vivísimo interés que sentimos por una obra tan esencial.
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