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-4- en el hogar doméstico como un santuario, donde su alma joven pueda desarrollarse en una atmósfera de piedad, y ele– varse sin esfuerzo hacia el ideal de una vida más alta... ! El abandono de los campos, el progreso de las grandes in– dustrias, el atractivo de los centros populosos, la emigración, han desorganizado la familia, debilitando la fijeza del hogar y la firme y dulce autoridad del padre y de la madre. La Escuela, so color de una neutralidad imposible, es con demasiada frecuencia un foco de indiferencia, si ya no es de hostilidad manifiesta para con la Religión; la Prensa, lejos de contribuir a la educación del pueblo, no ha hecho más que halagar sus bajas pasiones, logrando hacer penetrar la impie– dad y la licencia hasta en las aldeas más insignificantes. Algunos más afortunados se habrán podido librar del con– tagio, pero bien pronto se apodera de ellos el taller, y des– pués el servicio militar; principia a dejarse sentir la acción de las malas compañías; el placer fácil se brinda a los ojos, y el resultado es el rápido naufragio de la Fe y de las buenas cos– tumbres. Consecuencia: se ha rechazado toda ley que regule el entendimiento y ordene la conducta, y ya no se vive sino para correr desenfrenadamente tras de la independencia y del placer. Fuera todo freno, ya venga de mi, ya de fuera de mí...! Este es su lema. Ahora bien, la vida religiosa, basada esen– cialmente en la obediencia y en la mortificación, ofrece un contraste absoluto con las tendencias actuales. El peligro es grave. Si con tiempo no se consigue librar al niño de las influencias perversas que le acechan, su perdición es casi segura; los primeros albores, que hubieran podido convertirse en resplandeciente luz, se apagan; el germen que, desarrollándose, hubiera podido convertirse en árbol, queda sofocado. Preservar aquellos albores, garantizar la conserva– ción de este germen, he aquí la obra que se hace indispensa– ble, si no queremos asistir a la disminución constante de voca– ciones y, por fin, a su total desaparición. Pero las Órdenes Religiosas no están solamente obligadas a mantener su vida actual, permaneciendo fieles a su regla y al fin peculiar de cada una; sino que, además, han de preo– cuparse en asegurar su porvenir con la agregación de nuevos

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