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y considera como hecho a Él mismo lo que se hace con los pe– queños: "Quandiu fecistis uni ex fratribus meis minimis, mihi fecistis" (ibid, XXV, 40). Conclusión. Esta es, RR. Padres, la obra que se nos presenta delante en nuestras Escuelas Seráficas. No dudamos que en todas partes se la lleve adelante con la mejor voluntad, y de nuevo felici– tamos a los Provinciales que las hacen objeto especial de sus desvelos, a los Directores y Maestros, que las consagran sus mejores fuerzas. Todos ellos serán acreedores a la gratitud de su Provincia, de la Orden y de la Iglesia entera. Debemos, sin embargo, tender a hacer algo más. 1) En lo que se refiere a buscar aspirantes. Esto intere– sa a todos nuestros religiosos. Sería una prueba de egoísmo y de ceguera el ocuparse tdn sólo de la propia persona, sin to– marse inter(~s por el desarrollo de la Orden. Trabajen todos, en la medida de sus fuerzas y de sus disposicio.nes, en buscar alumnos para nuestras Escuelas Seráficas, sirviéndose para ello de su ministerio apostólico y de las obras de celo entre los jóvenes en que teng,m intervención. No encontramos pa– labras con que alabar el celo de algunos, que se han especia– lizado en este tan precioso apostolado, y queremos exprPsarles por ello toda mwstra gratitud. 2) En lo que se rdiere a los recursos. t=n principio, el peso de las Escuelas Seráficas no debe recaer, de una manera ex– clusiva, ya sea sobre el convento donde está instalada, ya sea sobre el P. Provincial. Es una obra que interesa a toda la Provincia y a la cual, por consiguiente, toda la Provincia debe contribuir. Será, pues, cosa muy puesta en razón que los Pro– vinciales acudan a todos los conventos y les pidan su concur– so para el sostenimiento de la Escuela Seráfica, Pn° la medida que sus recursos lo permitan. 3) En lo que se refiere al personal docente. Recordemos y meditemos las disposiciones del 65.º Capítulo General, art. 3 § 2. "Dir,~ctorcs et magistri sint scientia, litteratura, prudentia,

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