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-33- esterilidad se extiende por todas partes. En él es donde, de un modo particular, establece el orgullo su asiento: el elogio ha– ce penetrar en él la luz y hasta la vida". Ya se trate de castigos, ya de recompesas, hay que acos– tumbrar poco a poco al niño a dirigir su conducta según el dictamen de su conciencia, de la cual vienen a ser la expre· sión autorizada e incontrastable las reprensiones y las ala– banzas del maestro. La educación del carácter tendrá su natural complemento en el aprendizaje de la cortesía y de la urbanidad en el trato social. Y aquí no se trata solamente de enseüar a los niüos las maneras exteriores, que en todo niño y en todo hombre bien educado son de rigor, sin afectación, desde luego, ni exagera– ción ninguna; sino también, y de un modo principal, de cul– tivar las virtudes interiores que son la rníz de toda verdadera cortesía, cuales son la humildad y la templanza, la mortifica– ción y la abnegación propia, el respeto a los superiores y la caridad hacia los prójimos; y de combatir los defectos contra– rios, como la grosería, que impide parar la atención en lo que pueda agradar o desagradar a áquellos con quienes se vive; ese amor de nosotros mismos, que nos tiene únicamente ab– sortos en buscar nuestras propias comodidades y nuestros pro– vechos; esa altanería y ese orgullo, que nos hace creer que todo se nos debe, y que nada debemos nosotros a los demás; esa susceptibilidad, que nos hace tan atentos y sensibles a todo lo que nos pueda herir. Con estas indicaciones se podrá com– prender cuán importante papel puede desempeñar la urbani· dad en la educación. Con la urbanidad se relaciona: 1) el amor al orden, que se inculcará desde los comienzos a los nifios, y se continuará recomendando después. El orden economiza tiempo, regula– riza el trabajo y aun el movimiento de las ideas, y repercute hasta en el orden interior que debe reinar en el fondo del alma. 2) la limpieza. Nada mejor que ella contribuye a fomentar en el nfño el respeto de sí mismo y el que debe a los demás, con tal que se evite, claro está, todo exceso, que pudiera ser– vir de pábulo a la vanidad. Tampoco se descuidará el cuerpo en la obra de la educa-
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