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-29- pandent la douceur dans le reste du temps qu'on a á vivre ensemble". Pero esta gravedad del maestro debe ir acompañada de una condescendencia puramente paternal. En esto la habilidad soberana consiste en saber combinar con prudente mesura una fuerza que retenga a los niños, sin causarles repulsión, y una dulzura que los penetre, sin hacerlos muelles. "Sit et rigor, sed non exasperans, sit amor, sed non emolliens". (S. Gregor). Esta acertada mezcla de severidad y de dulzura, de temor y de amor, es la que confiere al maestro esa autori– dad que es el alma del gobierno, y que infunde el respeto y la obediencia, dilatando, a la vez, el corazón. La severidad está exenta de peligro, si se aleja de toda grosería y va acompañada de un gran esphitu de justicia, cosa que los niños aprecian extraordinariamente, y si, no obstante ser muy exigente, se ve en ella como una marca de verdadero interés. Nada contribuye tanto a ganar para el maestro el corazón de sus discípulos, como sus esfuerzos encaminados, no sólo a hacerles adelantar, sino a animarlos y hacerles cono– cer que adelantan. La dulzura podrá explayarse a sus anchas, si no se la se– para de una gran firmeza. Cuando una vez se han establecido los puntos de disciplina, es necesario que permanezcan intan– gibles. Prometer y amenazar, para no llevar a cabo ni prome– sas ni amenazas, es el medio más adecuado para debilitar la autoridad del maestro. Este ganará también mucho siendo amigo del silencio, es decir, reduciendo a la menor expresión posible las palabras que habla. Por el solo hecho de que sabe dominar su lengua, da señales de poseer fuerza de ca– rácter. Fuera de que, así como las palabras llaman a las pala– bras, el silencio llama al silencio. "¿Por qué-se le preguntaba a un estudiante--tiene Ud. tanto miedo a su prefecto de dis– ciplina?" "¡Ah!, caballero,-respondió él-porque esterrible,no habla nunca. Esto es aplicable a todos los maestros, pero más especialmente, como se comprende desde luego, a los que de un modo particular están encargados de la disciplina. Tales son los principios en que se deberán los maestros inspirar, para llevar adelante la obra de la educación.

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