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-26- muy bien que el saber enseñar consiste en saber preguntar. Y así será, especialmente si el maestro coordina sus preguntas de tal suerte, que ellas, por decirlo así, se llamen unas a otras, y se hallen lógicamente trabadas, conduciendo, poco a poco y por grados sucesivos, al fin propuesto por el maestro. Concluyamos todo esto haciendo observar que el niño dis– pone de mil medios para adquirir conocimientos, prescin– diendo de las clases: lecturas, conversaciones, vista de objetos. Que todo esto sea hábilmante utilizado y constituya el com– plemento indispensable de la enseñanza propiamente dicha. Educación moral La educación, ha dicho Platón, tiene por objeto dar al cuerpo y al alma toda la hermosura y toda la perfección de que son capaces. ¿Qué quiere decir esto sino que la educa– ción debe ser integral y dirigirse al hombre entero, cuerpo y alma, inteligencia, corazón, voluntad? Después de haber considerado la educación desde el punto de vista intelectual, estudiémosla ahora desde el punto de vista moral. El niño aparece en medio del mundo, llevando en sí mismo todos los gérmenes de su desarrollo futuro, con inclinaciones viciosas, a la vez que con aspiraciones hacia el bien; pero es preciso confesar que las primeras son las que predominan en él, por lo que se ha llegado a decir que las sociedades más perfectas viven constantemente sometldas a una invasión in– tfstina de pequeños bárbaros, que traen consigo todos los malos instintos de la naturaleza humana. Escuchemos a S. Agustín, (Conf. libr. I. cap. 7): "Imbecillitas membrorum infantilium est, non animus infantium"; (ibid. cap. 30): "Istane innocentia puerilis? Non est, Domine". Así, pues, no nos admiraremos de la severidad que encontramos en el Antiguo Testamento, cuando se trata de la educación de la juventud. (Prov. I, 6; XIII, 24; XIX, 18; XXII, 15; XXIII, 13, XXIX, 17} y veremos que nada hay más falso y más engañoso
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