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EL PHOilLEMA PSICOLÓGICO DE LA CONVERSIÓN sin resistencia, sin sentir su peso. Los primeros aiíos, cuand<r aquellas i<leas y aquellos sentimiPntos no han adquiri<lo co– hesión ni solidez, es fác il eliminarlos y sustituirlos por otros, como es fác il el iminar de un soplo una capita <l e arena fina . Pero pasan los días, los meses y los años, y esas ideas y sen– timientos se van adhiriendo al alma cada vez con más tena– cidad, hasta crear una fe, un fanatismo en la inteligencia, una costumbre, quizá un vicio en el corazón. Para desalojar ese fanati smo de la inteligencia o despegar esos vicios del co– razón se neces itará ya el taladro de la persuasión o la explo– sión violenta del milagro. ¿No hemos observado el fenómeno en nosotros mismos? Las ideas nuevas, las prácticas recientes, son inestables, comer la capita tenue de polvo que cayó sobre la mesa . Pero a me– dida que el tiempo avanza, las ideas no removidas se agarran fuertemente a nuestro entendimiento, generando una persuasión, un hábito intelectual , difícil de arrancar. Las prácticas, al principio vacilantes, Yan adc1uiriendo la persistencia de los hábitos morales, se van convirtiendo en . virtudes o en vicios, cuya tenacidad adherente es cnn frecuencia imposibl e de vencer. Así se forman todas las culturas. El medio ambiente va depositando las ideas y las costumbres en el espíritu de los individuos y el tiempo los va aglutinando, dfodoles esa ho– mogeneidad característica de cada nac ión o de cada raza. No hay, ni nunca ha existido, el hombre de psicología ·· so– litaria, indepe ndi en te de la colectividad . Todos, más o menos, recibimos en nuestro espíritu esn influencia del medio am– biente, esa impronta de la raza o de la nación , puede ser que sin advertirlo . Es decir, que las naciones no son un rnontc'in de individuos de psicologías distintas; como si dijéramos, un montón de cantos rod ados, reunidos en aluvión en un punto cualquiera del espacio o de la Hi storié1, sino una masa r,om– pacta y uniforme, con todos sus e1t> nwn tos aglutinados por la argamasa de una cultur;1 común. Según esto, el problema para el misionero qu e trata de convertir a un infiel no consiste en hirhar rontra una psicolo– gía individual. ni en modificar una cultura personal. Si no– fo era m{is que esto, c;;n labor serí a rflat ivamente fácil, su¡rneslét - - 9 --

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