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La guerra terminó y, quizá por el recuerdo de aquellos diptl– cos que mencionan <el religioso rezando», así como por las órde– nes de sus superiores, Fray Generoso dejó el servicio espiritual de las fuerzas armadas y volvió a sus tareas conventuales. En Portugal hube yo entonces de conocerle y admirarle. Que su consejo y su presencia hicieron que en muchas ocasiones las tareas que portugueses y españoles realizábamos para llegar a un completo y leal entendimiento entre nuestros pueblos, se facilitasen y se completasen. Y así surgió el propósito, rápidamente llevado a efecto por el ilus– tre Director del Colegio Oficial éspañol de Oporto, don Julio Mar– tínez Almoyna, que tan acertada y patriótica tarea realizara en la capital del Duero, de nombrar a Fray Oeneroso de Barceni/la pro– fesor en aquella Institución que nuestra Patria sostiene en la ciu~ dad de la Virgen. Fruto de las lecciones de Fray Generoso es este MúTooo DE LENGU/1. Po1nuouEs11. que hoy se ofrece al público. No he de entrar, tal como al principio señalo, a juzgar el valor lingüístico o didiictico de una tarea, que para ello no tengo título alguno y mi amistad pudiera obnubilar mi mente; pero sí quiero señalar de modo bien notorio -ya que la bondad del autor oca– sión tan propicia me depara- que el conocimiento, basado en algo más que en la lectura de la prensa diaria, que los españoles ten– gan del portugués, como el que los portugueses tengan de nuestro idioma, parece indispensable para aque//,1s tareas de completo y leal entendimiento, que citaba en líneas precedentes. Entenderse es biisico, entre los pueblos de la Península, para su mutua grandeza, aunque no sea este mi modesto prefacio lugnr adecuado para desarrollar m,is ampliamente tales conceptos polí• ticos. Pero el entenderse necesita vehículo de franca comprensión y nada mejor, al menos como muestra de la lealtad del propósito, que el anhelo del conocimiento del verbo. Entendimiento es sinó– nimo de inteligencia, que a su vez vuelve a serlo de cooperación y comprensión entre los pueblos; y si alargamos, sin caer en esote– rismos, la amplitud del concepto, sólo se entenderán aquellos que tengan inteligencia. Los obtusos, los romos, los atrasados o los malévolos no podriin comprenderse; no podriin llegar a saber que

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