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de Andalucía o de Oalicia, sin contacto con ambientes urbanos deletéreos, tenían un pasado limpio, de presencia llana ante el juicio final. Fray Oenero8o entendió que era bella misión apologética y sa– cramental el permanecer bajo las balas y en el fango, junto a aquellas otras mentes locas que un torbellino de la vida pudo arrastrar en los comienzos y a los que, más tarde, un bautismo de sangre, en las filas de nuestro Tercio inmortal, habría de redi– mir para siempre, colocándolas también para siempre, en lo alto del agradecimiento patrio. Y a la legión se fué e, Padre Barcenma; y en las trincheras de la primera línea animó a los combatiente8, confortando a los heri– dos y ayudando al moribundo a entrar cantando en el Reino de los Cielos. Y que no era manca la horda contraria lo muestran e8as dos heridas que Fray Oeneroso recibiera. Sin un arma, 8in empuñar otra que nuestro santo Crucifijo, dos veces le encontraron las balas rojas y dos veces su sangre se mezcló en el campo de bata– lla con la de aquellos ardientes legionarios redimidos del «A vema– ria» balbucido casi olvidado, del « viva la muerte> y del «arriba España». Mas en el pecho de nuestro héroe -de tal me atrevo a calificar– lo- junto a ese espíritu de ascética entrega a su función sacra– mental vibraba un ímpetu apologético que traspasando la mal llamada, en aquel entonces «tierra de nadie», porque siempre fuera tierra de españoles, -llegaba a la linde opuesta. Y así Fray Oene– roso, que fué el único sacerdote nombrado Oficial de Propaganda en los frentes, usaba como púlpito los sacos terreros, sin que le importara en vez de aplausos, que no fueran del caso dada su misión religiosa, oír silbidos de balas explosivas, mientras lanza– ba su voz camino de los posibles engañados de la otra trinchera, hablándoles de Dios, de España, de la madre ausente, de la ermita del pueblo, de la Virgen quemada. del templo escarnecido; bus– cando en las fibras sensibles del corazón de aqueflos descarriados la que les hiciera comprender su error y les flevara a aclamar nues– tra bandera roja y gualda, cual dosel incomparable del Sagrado Corazón del madrileño Cerro de los Angeles.

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