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CAPITULO IX PRINCIPIOS ORIENTADORES DEL RECTO JUICIO SOBRE LAS COSAS (I) Lo he dicho ya, y es posible que lo repita más veces aún. Yo no escribo para intelectuales, ni para sabios, ni pa– ra especialistas. No me creo capacitado para ello. Me con– creto a escribir para el pueblo llano, que se asoma todos los días al mundo, y pudiera ser víctima de sus sofismas. Este es mi público, al que entiendo un poco, y el que creo me entiende también a mí. Deliberadamente, y como consecuencia de lo expresa– do, no doy cabida en mi libro a demasiadas ideas, y menos a conceptos elevados o abstrusos, que pudieran indigestár– seles a los sencillos lectores, destinatarios de estas páginas. Mi plan es, pues, insertar pocas ideas, pero fundamen– tales, sobre el auténtico valor de las cosas, explanarlas di– fusamente, e ilustrarlas con la conveniente dosis de com– paraciones y ejemplos, para que hieran la imaginación y se graben con más eficacia en la memoria. Otra cosa que quizá no agrade a esos doctos o agudos, a quienes basta para entender una leve alusión o sugeren– cia, porque pescan las cosas a vuelo, es la reiteración en mi libro de esas ideas fundamentales. Tengo que decirles que, escribiendo para el pueblo llano, la juzgo totalmente necesaria. No tiene el pueblo la agilidad mental del hom– bre cultivado por el estudio, ni la fijeza de atención de este, y, como decía Unamuno, "hay que darle tiempo para que se vaya enterando". Esa repetición y amplificación de conceptos básicos, es el único medio para que el pueblo llano se vaya formando poco a poco un caudal de ideas y principios fundamenta– les, que le orienten en la vida y aseguren su salvación. Qui– zá si el pueblo sabe menos de religión, sea porque en nues– tras predicaciones le echamos de golpe demasiadas ideas; y el efecto es quedarse sin ninguna. Si alguno de los doctos se digna asomar a estas páginas, que me perdone estas repeticiones, quizá machaconas, de
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