BCCCAP00000000000000000000519

92 P. DAVID DE LA CALZADA su vista la extraña imagen del ermitaño y, sorprendido, le pregunta: -Pero, hombre de Dios, ¿ qué buscas por estas sole– dades? -Con gusto te responderé, -le contesta-; pero antes, dime, ¿qué es lo que buscas tú? -Yo, -contestó el oficial cazador-, busco gamos y ja– balíes. -Pues, yo, -replicó el solitario-, ando en busca de Dios, y en esta caza excelsa no me daré descanso, hasta que, por fin, le alcancen mis ojos... El cazador, profundamente cm1movido por las palabras del solitario, regresó a la ciudad meditabundo. No podía ol– vidarlas; aquellas palabra:J del solitario habían sido una re– velación para él. .. Sí; por el mundo, unos hombres andaban a caza de ga– mos y jabalíes. Otros, los más, a caza de riquezas, honores y placeres. Otros, los menos, a Cél.Za de Dios ... Uno de esos pocos era el ermitaño ... Y no cabía duda de que había mu– cha diferencia en la pieza a cobrar. Y tú, ¿a caza de quién vas por el mundo? Sería verda– deramente trágico que, pudiendo dar caza a Dios y con El tenerlo todo, perdieras lamentablemente el tiempo de tu vida, andando a caza de mosquitos ... El obispo americano Fulton J. Sheen ha escrito: "No podemos comprender que un alemán pueda desear una enciclopedia en lugar de un gran frigorífico de tres– cientos dólares". Pero para mí hay algo más incomprensible todavía. Que uno que se dice cristiano pueda cotizar y desear más los bienes de la tierra, mezquinos y caducos, que los bienes sobrenaturales nimbados de eterridad. Pero ya se ha escri– to hace muchos años que el número de los necios es in– finito ...

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz