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88 P. DAVID DE LA CALZAI)A Otro valor de primera categoría: El serv1c10 divino. Es– te servir a Dios es el destino de nuestras vidas en este mundo. Para esto nos envió Dios a la tierra, e:acerran– do nuestra existencia mortal en el paréntesis de unos años. Si esto no cumplimos, por disfrutar de la vida material y sensible, habremos perdido miserablemente el tiempo, aun– que, por otra parte, hayamos triunfado en todos los cam– pos, y logremos pasar a la historia por la puerta grande. Nos habremos parecido a quellos groseros animalitos que comen bellotas bajo la encina, sin dignarse mirar hacia arriba y agradecer al que se las varea para su sustento. La vida religiosa: Dedicación plena de un alma al divi– no servicio, dejando d margen por amor de Dios, las gran– des apetencias de la vida, riquezas, placeres, el mismo yo, con la profesión de los votos monásticos. El inmenso va– lor de esta entrega plena, absoluta y vitalicia, no podrá cap– tarlo nunca el hombre frívolo de la calle. Quizá todo al con– trario; la juzgue como un inmenso egoísmo ante las nece– sidades del mundo, y una inhibición completa ante las tra– gedias de la humanidad. El sacerdocio: esa dignidad sobrehumana, dotada de poderes totalmente divinos, otorgada por Dios a almas es– cogidas, con el encargo de que sean los intermediarios ofi– ciales entre los hombres y El. No; no se trata, como cree el mundo, de un oficio más para ganarse la vida, como el médico, como el farmacéutico, como el hotelero, o el alma– cenista. Es un oficio que rebasa todo oficio. Es una profesión que rebasa toda profesión. El sacerdote es otro Cristo que pasa por el mundo dispensando los divinos favores. Perdo– na los pecados, resucita almas muertas por la ruptura con Dios, las alimenta con el pan divino de la verdad y con la carne y sangre de Dios en la comunión eucarística. Los sacramentos, signos visibles, por los que se confie– re la gracia invisible que se da a las almas. La gracia, participación de la misma naturaleza divina. Algo incomprensible que eleva y ennoblece al alma por ci– ma de toda la creación visible; que nos convierte en tem– plos del Espíritu Santo, hijos de Dios por adopción y here– deros del cielo.

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