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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD "No tiene importancia lo que no puede sostener su valor frente a la eternidad". Y, en consecuencia: "Tiene impor– tancia especial todo lo que puede ayudarnos para conquis– tar la eternidad feliz". Por eso aquella pregunta obsesionante de los santos: "¿Quid hoc ad aeternitatem?" "¿De qué me sirve a mí esto para la eternidad?" Hazte a ti mismo con frecuencia esta pregunta, y no serás víctima de engaños en la apreciación de los valores. Muy pronto darás con la escala exacta que orientará tu vida por caminos de salvación. Insistiremos una y mil veces, porque todo será poco pa– ra meter el mundo en razón, en que, por cima de todos los valores materiales y espirituales humanos, están los valo– res espirituales sobrenaturales. Citemos algunos, entre otros: La religión y la fe. Del gran filósofo Balmes son estas palabras: "La vida es breve; la muerte cierta. De aquí a pocos años, el hombre que disfrutaba de la salud más robusta y lozana, habrá descendido al sepulcro y sabrá por experien– cia lo que habrá de verdad en lo que dice la religión sobre los destinos de la otra vida. Si no creo, mi incredulidad, mis dudas, mis invectivas, mis sátiras, mi indiferencia, mi orgullo insensato, no des– truyen la realidad de los hechos. Si existe otro mundo don– de se reserven premios al bueno y castigos al malo, no de– jará ciertamente de existir porque a mí me plazca el ne– garlo; y, además, esta caprichosa negativa, no mejorará el destino que, según las leyes eternas, me haya de caber. Cuando suene la última hora será preciso morir y en– contrarme con la nada o con la eternidad. Este negocio es exclusivamente mío, tan mío como si yo existiera solo en el mundo; nadie morirá por mí; nadie se pondrá en mi lu– gar en la otra vida, privándome del bien o librándo– me del mal. Estas consideraciones me muestran con toda evidencia, la alta importancia de la religión; la necesidad que tengo de saber lo que hay de verdad en ella, y que si digo: "Sea lo que fuere la religión, no quiero pensar en ella", hablo como el más insensato de los hombres". ("El Criterio", ca– pítulo XXI, párr. 1).
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