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8fi P. DAVIB DE LA CALZADA Entre ellos, podrfamos mencionar, en primer término, a Di~;, que est6. so}:m, toda jerarqt:í~ ,de va~ores; y_, ~ conti– nuac10n, otros mucnos, corno b rehg10n, la re, el dr.-1no ser– vicio, el sacerdocio, lo:, sacramentos, la gracia, la vida re– ligiosa, las virtudes, el mérito sobrenatural. la santifica– ción, el cielo, etc ... Cuando aún Ju~:.n XXIII era Patriarca de Venecia, es– cribió en su "Testamento Espiritual", con la llaneza que le caracterizaba, unac; p:üabras encantadoras sobre los valo– res de su existencia: "En la hora del adiós o, mejor dicho, del hasta la vista, recalco a todos lo que más vale de la vida: Jesucristo ben– dito, su Santa I:;le~da. su Evangelio, y, del Evangelio, so– bre todo el Padrenue;;fro; en el espíritu y en el corazón de Jesús y del Evan::elio, b verdad, la bondad apacible y be– nigna, laboriosa }" p:::ic_::.'.e, invencible y victoriosa" ... De sobra sabemos todos que estos supremos valores no tienen adecuada cotización en el mercado humano. Los hombres materialistas, guiados por el criterio de los sen– tidos, de las pasiones o de las máximas del mundo, invier– ten a cada paso esta escala de valores, y lo material lo po– nen sobre lo e;:;piritual, y lo temporal sobre lo eterno ... ¡Lamentable y trágico engaño que ha descaminado a in– finitos hombres, oca'ionando s:1- eterna perdición!. .. Dios no piensa así. La Iglesia, tampoco. Tampoco los santos, campeones de la virtud, fundada en la verdad. 'Tam– poco los buenos crhtianos, guiadrn; por el criterio de la fe. Los santos, a quienes los hombres vulgares llamaban lo– cos, por su independencia en el pensar frente al criterio del mundo, vienen a ser los insignes sensatos en el concep– to de Dios. Ellos, guiados por la fe, han sabido dar con la escala exacta de la valoración de las cosas. Se ajustaron a ella en sus vidas, y Dios les dió la razón en el gran exa– men del amor en el juicio, declarándolos sensatos y acer– tados. No es que desconocieran el valor de las cosas materia– les, más o menos útiles en la vida; pero supieron colocar– las en el lu¡_;ar exacto que les correspondía en la escala de valores, situando, muy por cima, a Dios y a la propia al– ma en gracü.l, abocada a eternos destinos. Muy pronto nos adaptaríamos nosotros a este criterio, ~l nos atuviéramos al principio por los santos proclamado·
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