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CAPITULO VIII EN UN ESCALON MAS ALTO DE LA JERARQUIA DE VALORES tres clases de i; 5noranciaº-, escribe Reclús. "Pri– mera, no saber nada; saber mal lo que se ha apren– dido, y, tercera, saber otra cosa diferente de lo que se debe saber". Esta última clase de ignorancia, aunque en la redacción del autor pudiera tener un sentido ambiguo, yo quiero en– tenderla personificándola en el error. El saber una cosa, no como es en sino como no es, es en la práctica un error, es saber diferente de lo que se debe saber; y esto es un modo de ignorancia. Esta i 0 ;·norancia está hoy muy difundida por el mundo. Por de pronto, tenemos que decir que la padecen todos los frívolos. Parte esencial de la frivolidad es dar importancia a lo que no la tiene, y negar importancia a lo que la tiene y capital. Y esto es un error y, en definitiva, una lamentable ignorancia. Al tratar del valor de las cosas, el mundo frívolo y ma– terialista supercotiza lo material, temporal y efímero, so– bre lo espiritual, sobrenatural y eterno. Y pudiéramos aña– dir que el mundo tiene para su uso cotidiano, en este mer– cado de lo visible, una especie de "bienaventuranzas laicas", en las que sintetiza sus convic::::io~1es de preferencia por la<; cosas materbles. El mundo dice: Bienaventurados los ric:os. Bienaventurados los iracundos que con la violencia de– fienden sus intereses. Bienaventurados los que gozan y triunfan. Bienaventurados los que sacuden el yugo del deber para vivir a su antojo. Bienaventurados los insensibles a las desgracias ajenas. Bienaventurados los que dan rienda suelta a sus pasio– nes y disfrutan de todo. Bienaventurados los alborotadores y camorristas, pione– ros de la protesta.

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