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80 P. DAVID DE LA CALZADA son manifestación de la vida de los espíritus; estas no son más que materia que el ladrón roba o la polilla consume. ¡Materia! ¡Que siempre estará, a despecho de las necias co– tizaciones de los hombres, muy por bajo del espíritu!. .. ¡El amor! Divina primavera de alegría confortante con que Dios baña los corazones de los hombres, como contra– peso a las amarguras del destierro. ¡La fama! ¡La gloria!... Sueños dorados de los hombres por conquistar la admiración y aprecio de sus semejantes, que no siempre ven realizados. ¡La nobleza de estirpe! Halago del humano orgullo, y acicate y estímulo de superación. "Nobleza obliga". Aun– que esta nobleza de simple nacimiento, sin más valores, sea una cosa tan ful, que el mismo Concilio Vaticano II la ex– cluye de toda distinción en el ámbito de los templos duran– te las funciones litúrgicas. El Concilio dice: "Fuera de la distinción que deriva de la función litúrgi– ca y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas, no se hará acepción ninguna de personas o de clases sociales ni en las ceremonias ni en el ornato externo". ("Constitución sobre Sagrada Liturgia", núm. 32). Y entre todos estos valores, más o menos cotizados, tie– ne su valor especial la verdad, luz del mundo, que disipa las tinieblas de las mentes, y nos da la riqueza del conocimien– to cierto, que aquieta el espíritu. Hablamos aquí, aun de la verdad conocida por medios humanos; no de la verdad so– brenatural o de la conocida por la fe, que es mucho más excelente, y de la que nos ocuparemos más adelante. Estos valores de que hemos hablado, ocupan en la escala jerárquica un lugar intermedio. Son más excelentes que los simples valores materiales, pero muy inferiores a los espiri– tuales sobrenaturales. De estos nos ocuparemos en el pró– ximo capítulo, y, para conocer su valor, preciosidad y gran– deza, tendremos que dejar a un lado las luces de la huma– na razón y de la experiencia, para pedir una luz superior a Dios. El nos iluminará con su palabra y la del Magisterio de su Santa Iglesia. Los judíos decían ante el Sinaí a Moisés: "Háblanos tú. ¡No nos hable Dios, no sea que muramos!" Nosotros que-

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