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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 77 cuando nos volvemos a Dios con oraciones y promesas, pi– diéndole la salud perdida... Los alimentos para el sostenimiento de la robustez del cuerpo y de la misma salud. He aM otro beneficio del Se– ñor, que se ha preocupado de proporcionarnos una despen– sa bien surtida para nuestro abastecimiento: La tierra, la mar y los aires. En la tierra, con la fecundidad de las se– millas en ella sepultadas, que hacen el milagro vegetal de multiplicarse en frutos. En el mar y en los aires, poblándo– los de peces y de av2s, que también se multiplicarán para nuestro sustento. El vestido nos protege de las inclemencias del ambien– te. Y es Dios quien nos lo proporciona a través de las la– nas y las pieles de los animales que nos dio para nuestro servicio, y a través de las fibras que luego la industria del hombre habrá de transformar en telas. Y podríamos mencionar también como valores materia– les otras muchas cosas, que la imaginación del hombre ha convertido en sus juguetes y, con frecuencia, en sus ídolos. Y digo la imaginación, porque el valor excepcional que ella les atribuye, no corresponde a la realidad. El hombre llega a imaginarse la felicidad en ellos, y lo que encuentra es el vacío. Esos desorbitados valores a que hacemos referencia, son las riquezas, los honores y los placeres. Los grandes afortunados del mundo han declarado su desilusión tras el pleno disfrute de todas esas cosas. La ex– periencia les trajo el hastío. Esto debiera ser más que su– ficiente para nuestro desengaño. Pero el hombre no se quie– re persuadir con experiencias ajenas. No se fía. Quiere com– probarlo por sí mismo. Por eso tantos adoradores de las riquezas, de los placeres, de los honores... Octavio César Augusto, primer emperador romano, de– cía en cierta ocasión: "Yo no sé lo que puedo ya desear, puesto que todo lo tengo: salud, riquezas, poder, gloria, placeres, diversiones... Sin embargo noto que me falta algo, que no acierto a dar con lo que es. Siento un vacío en el corazón, que no me deja vivir con sosiego". Lo que al emperador le faltaba, cuando creía tenerlo todo, era precisamente la felicidad. Si todavía queda en nosotros un poco de sensatez, creo yo que estas declaraciones decepcionantes de los grandes mimados de la fortuna tienen que hacernos pensar.
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