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aADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD mula mágica que pueda armonizar el ser cristiano con el disfrute de la vida en grande, sin enojosas limitaciones. Hasta ahora la frivolidad, en este intento, siempre ha chocado con las palabras expresivas y luminosamente cla– ras de Cristo, hablando de sacrificio, de penitencia, de ab– negación, de expiación. Y, al abrazar la vida fácil y confor– table, siempre le quedaba al hombre frívolo el resquemor en la conciencia de que no andaba por el camino recto y seguro, y de que un día, por fin, le habían de ajustar las costuras. Pero la frivolidad de nuestro tiempo se ha encontrado de pronto con una fórmula maravillosa, emanada, nada me– nos, que de la autoridad del santo Pontífice Juan XXIII y recogida por un Concilio: El "aggiornamento". En otras palabras: La "renovación", la "acomodación", la "puesta al día" de muchas cosas cristianas. El ponernos los hijos de la Iglesia a nivel con nuestro tiempo. Y, entendiendo el "aggiornamento" a su peregrina ma– nera, le parece a la frivolidad que ya ha dado con la fór– mula maravillosa, capaz de armonizar cosas que, hasta el presente, parecían inconciliables: Dios y el mundo, Cris– tianismo y hedonismo, religión y mundanidad, ascética y disfrute pleno de la vida sin recortes ni limitaciones. Le pa– rece que ya puede ser cristiana, prescindiendo en absoluto del sacrificio, de la abnegación y de la cruz. El cielo ya ha dejado de padecer violencia para ellos. Pueden arrebatar– lo ya hasta los afeminados y las meretrices. Y estas absur– das opiniones pretenden apoyarlas en la autoridad suprema del Papa Juan, y, por si fuera poco, también en el Concilio. El Papa Pablo VI ha denunciado el engaño en multitud de ocasiones. Repetidamente ha aludido a los que, después del Concilio, y en virtud del "aggiornamento", se imaginan que ya les está permitido todo. Ese lamentable "todo" del que me hablaba el buen aldeano de Salamanca. Rotundamente lo tenemos que declarar: No es eso lo que nos ha enseñado el Concilio. Para llegar a esas conclusiones, Cristo tendría que tachar muchas páginas de su Evangelio. Y hasta la fecha no tenemos noticia de que haya tachado ni una sola... Hoy, como ayer, y como hace veinte siglos, "nadie puede servir a dos señores" y "el cielo padece vio– lencia".
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