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RADIOGRAFÍA DE LA FR.IVOLIDAD 59 miento en escribir cartas, en componer sonetos llenos de agudeza y sentencias, y en buscar todas las minas y contra– minas que para estos tratos se requieren, ¿qué hace en es– to (si piensas) sino servir a la esclava la que era señora, ocupándose aquella lumbre celestial y divina en buscar me– dios para las vilezas y apetitos de su carne?" Difícilmente se podría resaltar más esta monstruosa con– ducta de tantos hombres, que ponen a la pasión al volante de su vida y que relegan a la inteligencia al papel de es– clava y servidora de la pasión. Las pinceladas maestras del P. Granada ponen bien de relieve esa monstruosidad has– ta para las miradas de los más miopes. IX.-Consecuencia natural de todo esto es la subversión o alteración de valores en nuestro concepto, juzgando de las cosas como paganos, y no como cristianos; quizá ni si– quiera como hombres. Dando importancia a lo que no la tiene, y negando importancia a lo que la tiene capital. Leibnitz, aunque protestante, reconoce, por ejemplo, el valor enorme de las Ordenes Religiosas dentro del Catoli– cismo, y aun fuera, y el beneficio inmenso que representan para la humanidad. Y escribe: "Quien desprecia los servi– cios prestados al mundo por las Ordenes Religiosas, es un hombre mediocre, que tiene una idea vulgar, no más, de la virtud". A propósito de la vida religiosa, no debidamente cotizada por el mundo frívolo, podemos aducir un ejemplo gráfico que entra por los ojos. Los servicios de las monjas de clausura dedicadas a la oración y a la contemplación, el mundo no los aprecia por– que a él le parece que no reportan ningún beneficio mate– rial a la humanidad. Y ciertamente que, si sólo cotizamos el beneficio material, muy poca importancia tendríamos que darles a la? actividades de esas monjas de clausura, y muy poco tendria el mundo que agradecerles. Los valores supremos que pueden presentar ante la opi– nión del mundo: la virtud, la oración, la expiación, el sa– crificio, la penitencia, el ejemplo, carecen de importancia para los hombres frívolos. Para estos hombres superficiales la vida de los conventos de clausura es un enigma o una in– sensatez... Para esos hombres vanales, las felices morado– ras de esos conventos son unas egoístas, que se desentien-

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