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56 P. DAVID DE LA CALZADA Las cosas materiales, actuando con sus encantos sobre los sentidos, despiertan en nosotros el apetito o deseo de ellas; y este deseo vehemente de ellas se llama pasión. El asno, a la vista de la cebada, siente que se despierta en él un ansia tal de comer, que le obliga a acelerar el pa– so hacia su objetivo. El niño de siete años, distraído con sus juegos, no se acuerda ni de comer; pero, de pronto, ve a un compañero que aparece comiendo un sabroso bocadillo de jamón, y al momento le entran unas ganas atroces, y corre a decir a su madre: "Mamá, yo quiero también un bocadillo de jamón". Y no se detiene siquiera a pensar si ese bocadillo puede hacerle daño. La pasión de la gula manda. El hombre, ese otro niño grande, puesto a la vista de esos juguetes o golosinas de los mayores, que se llaman ri– quezas, placeres y gloria, siente al momento un ansia des– aforada de hacerlos suyos, y hacia ellos se lanza con toda la vehemencia de su corazón, sin detenerse a pensar en la moralidad de los medios para conseguirlos, ni en si pueden indigestársele y causarle la muerte eterna del alma. Dicen que la pasión es ciega. Por eso sería una enorme temeridad dejarla libre y descontrolada, marchando con vehemencia de frenesí hacia su objetivo para satisfacerse con él. Esa pasión necesita control, guía, consejero que la oriente. Precisa de alguien que la certifique si aquel objeto al que tiende con todas sus fuerzas, es un objeto noble y digno, o representa una aberración. Y ese consejero debe ser la inteligencia. Y si la inteligencia está ilustrada por las luces de la fe, tanto mejor. Tendrá entonces todas las garantías. Balmes ha escrito: "Las pasiones son buenos instrumen– tos, pero malos consejeros". Por tanto, precaución con las pasiones. Las pasiones son ciegas; y, ya lo sabemos, un ciego no podrá conducir a nadie sin riesgo de precipitarle en el abis– mo. Nadie, que no sea loco, sube a un taxi conducido por un ciego, a no ser que tenga vocación de suicida. Pero cuando la razón, en funciones de guía y consejero, ha señalado ya a las pasiones su objeto noble y digno, de– jad que esas pasiones vuelen hacia él con toda la vehemen– cia y energía que las distingue. En poco tiempo y con me-
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