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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 51 lo programas religiosos, y Cristo y su Madre de los Dolores se echan a la calle en impresionantes esculturas procesio– nales, para pregonar su dolor por la salvación de las almas a los que sólo piensan en el placer. Y los despreocupados ocupante de esos automóviles, que en interminables caravanas llenan las carreteras camino de las playas del Este, parecen decir, como quien se libra de una persecución de enconados enemigos: ¡Que vienen! ¡Que vienen! ¡Huyamos adonde no llegue su voz! ¡Adonde no vea– mos sus impresionantes esculturas pregoneras de dolores! ¡Adonde nos libremos de esta obsesión de espiritualidad que inunda el ambiente por estas fechas y nos atosiga! ... Por este camino, señores, la Semana Santa se converti– rá muy pronto en la Semana Grande de la frivolidad, y para sarcasmo de Cristo doliente y de su Madre Dolorosa, en la semana de la profanación y del placer. Cristo dejará de salir a la calle, porque los hombres habrán huido por las carreteras, dejando las ciudades desiertas ... Pero, ¡ay del día en que la Semana Santa deje de existir!. .. En otros, la evasión del campo de lo espiritual se mani– fiesta en ese alejamiento de los libros serios de instrucción religiosa y formación cristiana, para refugiarse los ratos li– bres en la revista frívola, la novela de bajos fondos o el li– bro francamente inmoral. Como no se tiene la valentía de vivir en cristiano, se huye de todo aquello que pudiera ur– girnos una moral austera, volcar sobre nuestra alma la preocupación religiosa, o clavarnos el remordimiento por el deber no cumplido ... Por estas mismas razones se huye de la predicación sa– grada seria, de los Ejercicios, Misiones, o conferencias cua– resmales; y se aguanta a desgana, por pura necesidad, la breve homilía del domingo. Pero hay un predicador que se ha salido del templo y se ha subido a la altura de las torres, para predicar desde allí a los que no vienen a la casa de Dios. Predicador que domina el ruido mecanizado de las calles de la ciudad, y que se hace oír hasta desde nuestros domicilios. ¡Cuántos ser– mones ha predicado ese predicador a los hombres frívolos, que no oyen a los predicadores de los templos! Ese predi– cador es la campana. Unas veces tocando a misa, recuerda a los hombres la obligación ineludible de dar a Dios el debido culto. Otras,
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