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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 4.3 Pero... eso sí; cuando aparece un serio peligro que amenace la vida, se llama al cura y se confiesa. ¡Por si acaso! Después de todo, los curas, que no:, hablan del más allá, no son unos memos. Han estudiado, son cultos y sa– ben lo que se dicen... ¡Por si acaso, que vengan!. .. Pero, mientras llega el trance supremo, la vida es larga, y no es cuestión de perderse sus muchas satisfacciones ... En la vida se prescinde fácilmente de Dios y de sus leyes; en la muerte, ¡que venga el cura, por si acaso! ... Lo malo es cuando ellos se echan la cuenta de llamar al cura en el último trance para arreglar sus cosas antes de comparecer ante Dios, y una muerte repentina e im– prevista se adelanta sus cálculos y se hace imposible lla– mar al cura y recibir su absolución. Los casos abundan, por desgracia. Son varios millares los hombres que mueren a diario en el mundo con muer– te repentina; y muy buena parte del porcentaje, sorpren– didos durante el sueño. ¡Escalofriante!... ¡Echarse a dor– mir tranquilamente en este mundo, con el despertador puesto a la cabecera de la cama para que les despierte a la hora de ir al trabajo, y adelantarse la muerte al desper– tador para despertarles, no a la luz de este mundo, sino a la luz de la eternidad! ... Claro; lo chocante es que nunca nos imaginamos que vamos a ser nosotros los muertos de esa manera. Como hasta ahora siempre han sido otros, nos imaginamos que siempre va a ser así, sin pensar que a todos los que les ocurre, les ocurre por primera (y última) vez. La primera es la última, y la última la primera. Si tenemos un mínimum de sentido común, pensare– mos que lo que ha ocurrido a otros, lo que todos los días está ocurriendo a millares de personas, también puede ocurrirnos a nosotros. Nadie nos ha dado carta de excep– ción. Y Cristo, por otra parte, nos ha dado reiteradamen– te la voz de alerta, advirtiéndoíiOS que puede llegar en el momento menos pensado. Clásico es el ejemplo del millonario que se echó estas cuentas: Yo paso todos los días unas horas en mi casa de la ciudad. Otras hora:;, en mi casa de campo. Si la muerte me sorprende en mi casa de la ciu– dad, a pocos metros vive un sacerdote, que en un instante puede ser llamado para absolverme. Si me sorprende en
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