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40 P. DAVID DE LA CALZADA lo que vemos, leemos u oímos, sino la aplicación del ánimo a aquello de que se trata. Se nos refiere un suceso, pero escuchamos la narración con atención floja, intercalando mil observaciones y pre– guntas, manoseando o mirando objetos que nos distraen; de lo que resulta que se nos escapan circunstancias intere– santes, que se nos pasan por alto cosas esenciales, y que al tratar de contarlo a otros, o de meditarlo nosotros mismos para formar juicio, se nos presenta el hecho desfigurado, incompleto, y así caemos en errores que no proceden de falta de capacidad, sino de no haber prestado al narrador la atención debida". ("El Criterio"). De todo esto deducimos nosotros que, para formar recto juicio sobre las cosas, lo primero es la atención a ellas, la fi– jeza sobre ellas; cosa que es totalmente ajena a la frivo– lidad. II.-Pero también relacionado con el problema de la atención, está ese otro fenómeno de la atención o concen– tración excesiva y exclusiva sobre un tema determinado. Los demás, como si no existieran para ellos. Esto se da con frecuencia en maniáticos y obsesivos, en los especialistas y en los sabios. Su atención sobre una o muy pocas cosas, es concentración obsesiva, ensimismamiento. Al recaer esa atención con tanta fijeza sobre cosas me– ramente humanas, les aísla de las verdades de la fe. Y, al concentrarse sobre un solo problema o cosa, les aísla tam– bién de la mayor parte de las cosas corrientes entre las que se debate el hombre vulgar. Y la consecuencia es que a ese hombre comienzan a considerarle todos como un des– pistado, un inadaptado, un bicho raro, que divierte a los de– más con sus rarezas y excentricidades. En lenguaje vulgar, diríamos de él que vive en la luna. Mommsem fue un célebre filólogo e historiador alemán. Aunque extremadamente metódico en la investigación y el estudio, luego en la vida práctica era enormemente dis– traído. En cierta ocasión viajaba en un tranvía de Berlín. Le acompañaba una hija suya de pocos años. El sabio maqui– nalmente sacó los anteojos y los colocó en el asiento a su derecha, precisamente al lado de su hija. Y, también, casi maquinalmente, sacó del bolsillo un manuscrito y se dispu-
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