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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 35 pondrá en sus manos una fortuna tal que con ella pueda adquirir montañas de confituras. El niño juzga y aprecia como niño. Lo triste sería que el mayor juzgara y apreciara también como niño... Sería el suyo un infantilismo lamentable, que le expondría a mu– chos riesgos y le haría incapaz para resolver hasta los más elementales problemas de la vida. Pero, por triste que sea el infantilismo en la cotización de las cosas materiales, mucho más peligroso es el infan– tifr;mo cuando se trata ele cotiznr 1as rosas espirituales y eternas. Lo repetimos: Hay que adquirir sensatez, madu– rez de juicio, conciencia de la responsabilidad en el mejor sentido cristiano, si no queremos fracasar en el más allá... Y si contamos ya con el criterio de la fe, que esas ver– dades que la fe nos propone no las olvidemos: qPe todos los días con serena reflexión nos acerquemos a ellas, y ellas se encargarán de orientar nuestra vida por caminos de sal– vación. La dist:mcia las cosas a nuestros ojos. La aproximación las agranda. Al que desde nuestra diminuta tierra mira al cielo, las inmensas estrellas le parecen pe– quefiitas, y la pequefia tierra le parece inmensa. Es un ma– nifiesto engafio óptico. Los astronautas que han llegado a posarse en la luna, pudieron comprobar cómo se iba agrandando a sus ojos, a medida que a ella se acercaban, a la vez que la tierra se iba empequeñeciendo, a medida que se alejaban de ella. Las verdades de la fe hay que mirarlas frecuentemen– te, de cerca y con cariño. Entonces se agrandarán a nues– tra vista, cobrarán en nuestro concepto una importancia enorme y, como en contraste, nos harán ver la mezquin– dad de las cosas de la tierra, que hasta ahora mirábamos como a nuestros juguetes o nuestros ídolos. Entonces com– prenderemos plenamente aquellas palabras de San Igna– cio: "¡Qué mezquina me parece la tierra cuando miro al cielo!" Algo muy importante es liberarnos de la influencia del ambiente mundano enemigo de Dios. Conservar nuestra in– dependencia intelectual y afectiva frente a las máximas perversas y el ambiente paganizado de la calle. Hay mu– chos que alardean de esa independencia por la solidez de su formación intelectual y moral; pero un día quizá ad-
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