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34 P. DAVID DE LA CALZADA "¿ Qué importancia se les da hoy a los valores del espí– ritu? Ninguna. Los músculos han vencido al alma. La generación que crece ve que los periódicos dedkan una página entera a los deportes, y sólo unas líneas a cual– quier adelanto científico que pueda salvar a la humanidad. Un torero, un futbolista, un cineasta acaparan la atención mundial; hay sabios trabajando en la soledad de su gabine– te, y nadie sabe que existen. Preguntad a muchos jóvenes de hoy dónde está Tesalónica o Budapest, y contestarán con indiferencia: No lo sé; pero preguntadles dónde está Holly– wood, y les brillarán los ojos de entusiasmo. Preguntad a un muchacho quién era Van Dyck, Pasteur, Nelson o Pi– rro; no lo sabe; pero preguntadle quién era Greta Garbo, o Pala Negri, o Max Linder, y os contarán al dedillo su vi– da y hazañas, y saben quiénes fueron sus padres, cuáles son sus platos favoritos y hasta el color de sus corbatas. No sa– ben el camino que recorre la luz en un segundo; pero sa– ben el récord de natación de la última Olimpíada. No sa– ben, ni aproximadamente, qué metros tiene el Mont Blanc; pero saben con la mayor precisión la altura del salto de los principales atletas. No saben en qué año fue liberada Espafia del poder sarraceno; pero saben muy bien el día y la hora en que un campeón de boxeo vence a su contrario. "El hiper-culto del cuerpo, se manUesta siempre en la historia por los eczemas del alma... asfixia de la juventud..." (F. Romero) . Hoy ,;e habla mucho de madurez de juicio, de res– ponsabilidad. Y es, precisamente lo que más falta en el mundo. Ur 1 ;e, pues, adquirir es:1. re,;ponsabilidad y madurez de juicio frente a las cosas, sobre todo en su relación con nuestra alma y la eternidad. Un niflo inocente puede desear con más ansia una ban– deja de tocinillos de cielo, que un cheque de veinte millo– nes de pesetas. Aquellas preciadas golosinas le dicen algo, le hablan con una elocuencia incomparable del placer que represcnb gustarlas. El cheque de los millones, en cambio, es un frío papel que a él, inconsciente, no le dice nada. ¿Pa– ra qué vale un papel? Sin embargo, el hombre mayor y consciente, se ríe de esa ingenuidad del niño y con el conocimiento y la expe– riencia de los años, prefiere mil veces antes aquel papel que
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