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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 33 tiales, que no les van a proporcionar en esta vida más que remordimientos y decepciones, y en la otra, la desespera– ción y los tormentos de los malditos de Dios. Hay un enorme peligro en la vida, y es el equivocarnos en la cotización de las cosas. El astuto y consciente merca– der europeo se ha hecho a veces inmensamente rico, trafi– cando con el salvaje ignorante. El mercader le daba espeji– tos sin valor, vidrios rotos, collares de bisutería barata; y el salvaje ignorante, creyendo que ganaba en el cambio, le daba al mercader oro y perlas, que para él no tenían co– tización... En nuestro asunto, los verdaderos mercaderes, sensatos y sagaces, son los santos, que aprecian y cotizan únicamen– te lo que tiene valor auténtico. Los mundanos frívolos, adoradores del mundo y sus vanidades, son los pésimos mercaderes que, creyéndose listos, venden el alma, la gra– cia y el cielo, por la bisutería barata de los honores, los pla– ceres y las riquezas ... ¡Qué triste!. .. ¡Creerse listos ante los hombres, y luego ser eternamente llamados tontos por Dios! ... Era en el año 1964 y en la Exposición Internacional de Nueva York. En el tan visitado pabellón de España se mos– traba a la curiosidad de los visitantes, entre otras cosas, una maravillosa colección de pinturas; y entre éstas, figuraba una de las "majas" de Goya. Uno de los turistas americanos que visitaba el pabellón, al verla, dice con gesto de desagrado: "Pero, ¿cómo nos han traído de Madrid esta copia detestable?" ¡Y se trataba de uno de los lienzos originales más cotizados de Goya!. .. Que por falta de una elemental cultura, se equivoque uno en la apreciación de una obra maestra del arte, puede tener sus consecuencias; por ejemplo, que sea uno rico sin saberlo, o que pueda vender por cuatro perras lo que vale muchos millones. Pero hay algo infinitamente más grave en la vida, con tremendas repercusiones en la eternidad. El equivocarse en la tasación de las cosas, y vender lo espi– ritual por lo material, el alma por el cuerpo, la gracia y los méritos sobrenaturales por las riquezas, honores y pla– ceres; lo temporal por lo eterno ... Y esto, desgraciadamen– te, abunda en el mundo... Asomémonos al panorama gris que nos presenta uno de nuestros más grandes oradores religiosos modernos;

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