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32 P. DAVID DE LA CALZADA todos se vieron emplazados sin querer ante el tribunal de su conciencia iluminada por la fe, y no tenían valentía pa– ra aceptar las consecuencias. "¿ Quién es el equivocado?" Es una pregunta como para hacérnosla también nosotros ante esta alegre frivolidad y despreocupación de muchos, hoy borrachos de confort, de comodidad y de placeres; despreciadores de la santa abne– gación, pobreza, humildad y seriedad que el Evangelio nos predica. Pregúntatelo a tí mismo: "¿ Quién es el equivo– cado?" Manifiestamente, la diversidad de criterios y apreciacio– nes entre los hombres depende del enfoque o punto de ob– servación. Uno que enfoque las cosas desde el punto de vista evangélico, a la luz de las verdades de la fe, no puede tener de las cosas el mismo criterio o apreciación que aquel otro que las observa con el enfoque de la pasión o a la luz de las máximas paganas del mundo. Por eso el santo no podrá comprender nunca al mun– dano, y el mundano no comprenderá jamás al santo. El mundano tildará a los santos de exagerados, fanáticos, im– prudentes, faltos de razón. ¿ Qué santo no ha sido un incom– prendido y tachado de loco por las gentes de su tiempo? ¡Locos! ... ¡Ellos, los únicos cuerdos, sensatos y prudentes!... Un día, al ver confirmado su error en el tribunal de Dios, tendrán que exclamar como aquellos insensatos de que nos habla el Libro de la Sabiduría: "Nosotros, insensatos, tuvimos su vida por locura y su fin por deshonra. ¡Cómo son contados entre los hijos de Dios, y tienen su heredad entre los santos! Luego erramos el camino de la verdad, y la luz de la justicia no nos alum– bró, y el sol no salió sobre nosotros". (V. 4-7). No era un loco Francisco de Asís al abandonar las ri– quezas, los honores y los placeres, para seguir a Cristo en pobreza y humildad, para salvar su alma y la de los hom– bres sus hermanos. Para él, cuerdo, como santo, pesaba más el alrn.a, el cielo, la eternidad, Dios, que todos los placeres, riquezas y r~lorias del mundo. Los verdaderos locos son los que, despreciando los va– lores espirituales y eternos se van hechizados detrás de unas riquezas, hm1ores y placeres deleznables que muy pronto tendrán que dejar. Los que venden su alma y el cielo por el plato de lentejas de unas satisfacciones bes-

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