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30 P. DAVID DE LA CALZADA te la vida los ojos de la cara, para que el alma pueda ver iluminada por los resplandores de la reflexión. A veces los ojos estorban; la :relfo:i':1 no estorba nunca... Y hay que reservar al;Jm1os instante,; del día para que la fe nos hable, y nos pon~ia de manifie ;to los embustes de las pasiones, de los senti'. 1 o; :i c:.el mmFio. Recuerdo haber visitado hace ya tiempo las atraccio– nes del Parque del Tibidabo en Barcelona. Entre otras co– sas notables, nir: lbma.roél la ateEción unos ei,pejos. 1\'Ie si– tué ante ur10, ~,, yo p"recfo e:1 él enormemente alargado, es– quelético, quijotesco. Algo así como una figura ancestral arrancarfo a los lie1zo, c 1 e El Greco. Y solté la risa. Sabía perfectamente que :.·o no er,::1 ¡i;;Í. Pero las extrafia;; condi– ciones de aquel espejo me hacían ver de esa manera. Pasé luego a otro espejo, y en él aparecía en otra figura rr:uy diferente: pequeño, achatado, rechoncho, mofletudo. Y tumbiéri me ecbé " rnfr .. I),, ,,obra sabfa que aquello que mis ojo-:; co!-::.tempbh~m l'lO responclfa a la realidad de mi fí– sico. ¿Por qué aquellas t'.m extraíías desfiguraciones? ¿Supo– nían acaso alguna ¡rn,;rrn,tlidad en mü; ojos? No; rnis ojos veían lo que tenía delante ... La explicción estaba en el espejo en que me contemplaba. Si hubiera sido un espejo normal, hubiera dado fielmente mi figura, y yo me hubie– ra visto como era. Pero uno de aquellos espejos era cónca vo, el otro convexo. Y por eso ambos me daban una visión desfigurada y grotesca de mi figura que no respondía a la realidad. ¿En qué espejo miras tú las cosas y problemas de la vi– da? ¿En el espejo de la fe, de la razón, de la reflexión? Entonces verás esas cosas en su auténtica realidad; como son en sí. ¿Las ves en esos otros espejos de los sentidos, la pasión, el ambiente, el mundo, la mocla? Entonces, yo te lo aseguro; desgraciadamente, no tendrás nunca la visión au– téntica de las cosas. Tendrás una visión desfigurada, grotes– ca, absurda ... La visión falsa que de ella te dan los enemi– gos de tu i;alvacif:n, el mundo, el demonio y la carne ... Y la consecuencia será dar una importancia desmedida a cosas viles que no merecen ni uno de tus pensamientos, y despreciar neciamente cosas que para tí tienen una im– portancia capital y eterna. En una palabra: desvalorizar lo espiritual, y plusvalorar lo material y sensible. Despre-

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