BCCCAP00000000000000000000519

314 EPÍLOGO -"Pero estos hijos nuestros, ¿cuándo van a sentar la cabeza? ¿Cuándo van a sacudir el yugo de la frivolidad estúpida que es– teriliza sus vidas? ¿Cuándo van a poner orden en sus cosas y firmar las paces con Dios?" Para hacer algo por conseguir este objetivo sublime, envío mi pobre libro por el mundo. Feliz me sentiré con que siquiera uno de mis lectores, asiente la cabeza, sacuda el yugo de la frivoli– dad, ponga orden en su vida y firme las paces con Dios... Si así no fuera, me cabría el único recurso de llorar ante el Señor, y pedirle en mis pobres oraciones que El consiga con su gracia, lo que yo no pude con este desmedrado producto de mi cerebro. A los pies de San Francisco de Sales cayó un día de rodillas un endurecido pecador. El santo advirtió bien pronto, por aque– lla fría relación de gravísimos pecados, que en su penitente no había ni dolor, ni propósito de enmienda. Y, de pronto, el santo rompe a llorar inconsolable. Las lágrimas le corren por las me– jillas y caen al suelo... Sorprendido el penitente, le pregunta: -¿Por qué llora, Padre? Y el santo le contesta con una ternura infinita: -Hijo mío; lloro, porque tú no lloras... Eso mismo podrían contestar muchos padres a sus hijos re– beldes y muchos sacerdotes a sus hijos espirituales, obstinados en su vida indigna: -Hijo mío; lloro, porque no lloras tú... Lloraría yo también si este libro fuera totalmente inútil... Lloraría pensando en las muchas horas que he gastado en es– cribirlo, buscando el bien espiritual de las almas. Y si alguno de mis lectores me llegara a preguntar: -Padre, ¿por qué lloras?, ---tendría que contestarle lo mis– mo: -Lloro, porque tú no lloras... Llora tú sinceramente tu pasado indigno, para que yo pue– ra reír de verdad. Para que puedan reír los ángeles. Para que puedan reír tus hermanos los santos. Para que pueda reír tu madre la Virgen... Para que pueda reír complacido tu padre DIOS... Entonces serás el hijo pródigo que vuelve a la casa paterna arrepentido y con sinceros deseos de cambiar de vida. Y el Pa– dre bondadoso que está en los cielos te tenderá los brazos para recibirte con amor y envolverte en honores. Y, fuera de sí, por la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz