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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 311 sangrantes en las grietas de las rocas, se desliza por entre las malezas, esquiva los precipicios. Pero, aunque jadeante y exte:1uado, no abandona su bandera, que es el símbolo visible del ideal que lleva clavado en el alma. Y llega un momento sublime en el que, resbalando y cayendo sobre la nieve y los hielos, corona la más alta ci– ma, y tiene el gozo supremo de clavar sobre ella su ban– dera que agita el aire puro de las alturas. Después, no puede ya más, y se desploma extenuado sobre la blanca nieve, al lado de su bandera, que sigue tremolando al viento... Muere él; pero ha triunfado su ideal... Cayó su cuerpo; pero a su alma le han nacido alas ... Y de nube en nube y de cima en cima, resuena un clamor estruendoso, como coro ele ángeles, en una invitación a su– bir más alto a aquella alma libre ya de los lazos de la car– ne: "¡ Excelsior! ¡ Más arriba! ... " He aquí el reflejo de otra aventura más gloriosa aún: La aventura de los más genuinos héroes, la de los enamorados del más sublime ideal: El ideal cristiano. Sigamos decididos, monte arriba, tremolando nuestra bandera a impulsos del más noble amor a Dios ... ¡Excel– sior! ¡Más arriba! ... Más arriba que las más altas monta– ñas de nuestra tierra... Más arriba que todos los egoísmos humanos ... Más arriba que las riquezas ... Más arriba que los honores ... Más arriba que los placeres ... Más arriba que las comodidades... Más arriba que la frivolidad ... Más arri- ba... Más arriba... hasta DIOS ... Al cerrar definitivamente los ojos, rematada la gran aventura, será el coro de los ángeles el que, rebotando en las cffinbres, despierte el eco de los valles, con esta invita– ción gloriosa a disfrutar de los trofeos del triunfo: "¡Ex– celsior! ¡Más arriba!. .. Y será, finalmente, la voz poderosa de Dios, la que re– suene en nuestros oídos con esta invitación inefable: "Muy bien, siervo bueno y fiel, has sido fiel en lo poco, te cons– tituiré sobre lo mucho; entra en el gozo de tu Señor". (Ma– teo XXV, 23). "Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo". (Mateo XXV, 34).

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