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ltADIOGRAFÍA DE LA FRtvOLIÍlAD 309 quista del reino eterno... No hay tiempo que perder. Cual– quier dilación pudiera ser fatal e irremediable. Deja que te ganen otros en riquezas. No te importe que te superen en honores, placeres, salud, inteligencia, hermosura. ¡Que no te gane nadie en virtud! ¡Que a los ojos de Dios seas el mejor de todos! Esto es lo único que vale. Esto es lo que tiene cotización en el mercado del más allá... Sé campeón en el más noble de los deportes, en el de la san– tidad; que Dios pondrá en tu mano el laurel de los ven– cedores, proclamando tu victoria en la más grandiosa con– centración humana de todos los siglos: La del juicio uni– versal. En tiempos de Fernando el Católico, españoles y portu– gueses se enfrentaron en la célebre batalla de Toro. Fina– lizó con el triunfo de España. En agradecimiento a Dios por la victoria, se construyó el maravilloso templo de San Juan de los Reyes de Toledo. Pero durante la batalla ocurrió un glorioso episodio, que no puede pasarse por alto. El cardenal de España, Men– doza, desde un estratégico y cercano punto de observación, observaba en el campo enemigo los movimientos del estan– darte de Don Alfonso de Portugal. Lo llevaba con orgullo el abanderado Don Duarte de Almeida. Mendoza observaba cómo el estandarte iba izán– dose o abatiéndose, según las vicisitudes de la lucha. Don Duarte hacía esfuerzos inauditos por mantenerlo en alto, y sostener así la moral de los portugueses. Y llega un momento trágico. Se siente herido en el bra– zo derecho. Imposible mantener ya con él el estandarte, y lo pasa a la mano izquierda. Más tarde le hieren también en el brazo izquierdo. Entonces, lejos de abatirse, lo coge con los dientes y continúa así manteniéndolo en alto. Pero, por último, una flecha española le atraviesa el corazón, y Don Duarte, el héroe de Portugal, se desploma en tierra desangrándose. Es el momento en que el cardenal de España avanza co– mo un león, le arrebata el estandarte de entre los dientes y lo tremola en alto, como prenuncio de la victoria de las ar– mas españolas. Los portugueses, al ver su estandarte real en manos enemigas, se dan por derrotados, y emprenden una fuga precipitada y en desorden. Portugal perdió la batalla; pero allí dejó sobre tierra

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