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308 P. DAVID DE LA CALZADA No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo co– secharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo, hagamos bien a todos, pero especialmente a los hermanos en la fe". (VI, 7-11). San Pablo, bajo las imágenes campesinas de la siembra y de la recolección, nos anima a sembrar en el Espíritu, para recoger la espléndida cosecha de la vida eterna. Y nos previene contra todo posible engaño, afirmando rotunda– mente que lo que el hombre sembrare con sus obras en la vida, eso recogerá en la eternidad. ¡Adelante, pues, con fe ciega en el cumplimiento de las promesas de Dios! Si un gran señor te prometiera a ti la increíble paga de un millón de pesetas al día, por el trabajo de ocho horas a su servicio, seguramente que te sentirías el ser más afor– tunado del mundo. A nadie cederías tu colocación. Con ella podrías hacerte multimillonario en poco tiempo. Pues, atiéndeme; yo conozco a un señor que te ofrece in– finitamente más. Te lo ofrece a ti, y se lo ofrece a todos los hombres que quieran creerle, por ponerse a su servicio du– rante los breves días de la vida. Pero aún no está dicho todo: Te garantiza además una vida eterna, para que pue– das disfrutar de esos tesoros por siglos infinitos. Ese señor es Dios... ¿ Te conviene aceptar y tomarlo en serio, o crees tal vez que no te tiene cuenta? ... Serías un loco de la peor especie si, olvidando estas in– mensas posibilidades de enriquecimiento espiritual, dejaras de servir a Dios, y te pusieras al servicio del mundo y de tus pasiones. No olvides lo de San Pablo: "Quien sembra– re en su carne, de la carne cosechará la corrupción". Pero parece aún mayor la locura humana cuando pen– samos que el resultado de no servir a Dios, no sólo es que– darnos sin esa inenarrable gloria del cielo, sino que supone también despeñarnos en el abismo horroroso del infierno para siempre. Si para servir fielmente a Cristo no nos mue– ve la esperanza del cielo, que nos mueva al menos el te– mor del infierno. ¿ Qué me dices? ¿ Que esto tampoco? ¡Ha– bremm, tocado el ápice de la insensatez y de la locura! Si eres cuerdo, sensato y prudente, tu decisión inque– brantable de esta hora será empuñar el estandarte del ideal cristiano, y ponerte decididamente en marcha hacia la con-

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