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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLTDAD 307 un entusiasmo alocado, todo nos parecería poco en el ser– vicio de Dios, y no encontraríamos dificultades en nuestra senda. Pero, como no vemos el cielo con nuestros ojos, por eso nuestra vida espiritual es tan raquítica y miserable. Es fe y reflexión lo que nos falta. Y es frivolidad y ligere– za lo que nos sobra. ¡Cuántos, al pasar la frontera de la eternidad, exclama– rán con despecho: "¡Ay, si yo lo hubiera sabido!" Pero entonces les replicarán: "No lo sabías, porque no lo quisiste saber. ¿No te lo dijo Cristo en su Evangelio? ¿No te lo predicaron la Iglesia y sus sacerdotes? ¿No viste co– mo lo tuvieron en cuenta los santos y las almas buenas que vivieron cerca de ti?" Pero, en el fondo, no habrá sido cuestión de saberlo o no saberlo; mucho más habrá sido cuestión de no esbr muy seguros de ello, por falta de fo y de sincera reflexión so– bre la verdad revelada. Tenemos que decir con dolor que, a pesar de ser rabio– samente egoístas, la consideración del cielo pesa muy poco, casi nada en la vida de la mayor parte de los cristianos. Pero tenemos que reafirmarlo ante el mundo de hoy: El cielo no es un cuento de la edad media, sino una inefa– ble realidad presente. Las promesas de Dios no pueden sa– lir fallidas. Dios ha prometido la gloria eterna a los que fielmente le sirvan en el mundo, y antes pasarán el cielo y la tierra que dejen de cumplirse las promesas de Dios. "Los que siembran con lágrimas, recogerán con rego– cijo", nos dice el Salmista. (Salmo CXXV, 5). "En verdad yo estoy persuadido de que los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella gloria que se ha de manifestar en nosotros", --escribe San Pablo a los Romanos. (VIII, 18). Y San Pedro nos dice: "...habéis de alegraros en la me– dida en que participáis en los padecimientos de Cristo, pa– ra que en la revelación de su gloria exultéis de gozo". (I Epístola, IV, 13). Pero son particularmente elocuentes y persuasivas las palabras de San Pablo a los fieles de Galacia: "No os engañéis; de Dios nadie se burla. Lo que el hom– bre sembrare, eso cosechará. Quien sembrare en su carne, de la carne cosechará la corrupción; pero quien siembre en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna.

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