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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD artístico y se harían capaces de parecidas creaciones, apren– diendo en tales escuelas ... Las obras maestras, puestas an– te los ojos de la juventud, serían un acicate y un estímulo que la alentara hacia la perfección del arte. Nosotros, en nuestra vida cristiana, no buscamos preci– samente la perfección en el arte, sino en la virtud, en la santidad. Y la Iglesia, conocedora de esa fuerza estimu– lante de los buenos ejemplos, ha establecido el ciclo litúr– gico, que abarca todo el año. Y a lo largo de él, hace des– filar el cortejo interminable de los santos, los más autén– ticos héroes del mundo. Y las figuras gloriosas van pasan– do ante nuestros ojos, aureoladas de la luz de sus ejemplos admirables. Nosotros, conscientes de nuestra llamada a la perfec– ción, pero no tan conscientes del modo de caminar hacia ella, le preguntamos a la Jglesia: "¿Y qué hemos de hacer para llegar a esa perfección cristiana? La Iglesia levanta su dedo sobre ese desfile de héroes, que pasa ante nuestros ojos a través de la liturgia, y nos va diciendo sobre cada uno: "Como ese, como ese, como ese". ¡Oh divina pedagogía del buen ejemplo! La Iglesia Ca– tólica la ha utilizado c~esde el principio. Por eso ha eleva– do a los santos al honor de los altares, ha escalonado su re– cuerdo a través de sus fiestas a todo lo largo del año litúr– gico, y nos los ha propuesto como modelos en el seguimien– to de nuestro ideal. En verdad que es estimulante la fuerza del buen ejem– plo. Saber que no somos nosotros unos bichos raros, a los que nos haya dado una extravagante chifladura. Sino ver que, antes que nosotros, y con más diligencia que nosotros, otros hombres y mujeres han pasado por el mundo con esas mismas ideas en el cerebro y esos mismos amores en el corazón, arrollando todos los obstáculos, allanando todas las dificultades y llegando, como héroes del más alto estilo, a las cumbres más altas de la santidad. San Agustín, ya convertido a Dios y enamorado del ideal cristiano, aún sentía los estímulos de la carne y de los malos hábitos contraídos. Ellos le hacían ver como im– posible el prescindir en adelante de las costumbres paga– nizadas de un ayer que deseaba olvidar. Pero entonces clavaba sus ojos en las figuras de tantos santos y santas, de todas las edades y condiciones que, con

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