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P. DAVID DE LA CALZADA hora de la partida hacia un destino fijo, determinado por los itinerarios de ferrocarriles. Unos hombrecillos vestidos de mono suben al monstruo, perdiéndose en su seno. Co– mienzan a abastecer la máquina de carbón. Le prenden fue– go. Este comienza a calentar el agua de la caldera, produ– ciendo el vapor. Y ese vapor presionado, produce una fuer– za gigantesca que lanza a la máquina, con su cola intermi– nable de vagones, a una velocidad arrolladora sobre los raí– les. Ese tren devora las distancias. Apenas podíamos ima– ginárnoslo cuando le veíamos frío e inerte en la noche, dur– miendo en una vía solitaria en las proximidades de la es– tación. La ciencia del ingeniero le trazó el camino fijo de los raíles, sobre los que habrían de deslizarse sus ruedas. Y el vapor de sus entrañas es la energía que le lanza con ve– locidad hacia su destino. Lo que los raíles son para la locomotora, es el ideal re– ligioso para el alma. Lo que el vapor es para el tren, es para el hombre el amor. Y el hombre, para caminar hacia el cielo, necesita del fuego del amor que le impulse; pero necesita también de unos raíles para no descaminarse. Y esos raíles los constituye la santa Ley de Dios. En conclusión: Que el amor suaviza y facilita las aspe– rezas de nuestro peregrinaje en pos del ideal. También lo ha dicho la poesía: "Si supieras amar, ¡con qué satisfacción aun la carga mayor desearías llevar! La voluntad enferma la arrastra el corazón. ¡Tu querrías mejor, si supieras amar!" Otra cosa que estimula y suaviza el seguimiento del ideal cristiano, es el ejemplo luminoso de otras personas que lo han seguido antes que nosotros. Se dice que los gobernantes de la antigua Atenas gus– taban de sembrar los parques y jardines, los paseos de la ciudad, y aun las fachadas de los grandes edificios oficiales con imágenes maestras de los grandes artistas de la es– cultura. ¿Era por simple adorno de la ciudad? No; pensaban en otra cosa más importante. Pensaban que la juventud de Atenas, viendo de continuo estas maravillosas obras de arte de Fidias y de otros grandes maestros, cultivarían su genio

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