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CAPITULO XXVII "MI YUGO ES SUAVE Y MI CARGA LIGERA..." "¡EXCELS!OR!" "¡ALELUYA!"... Quedó bien sentado en el capítulo precedente, que el seguimiento del ideal cristiano en el mejor servicio de Dios, es algo muy trabajoso y difícil. El renunciar a las frivoli– dades humanas para seguir a Cristo sangrante con nues– tra cruz al hombro, es un plato bastante fuerte para la hu– mana sensualidad y para el refinamiento de nuestras cos– tumbres de hoy. Pero Cristo nos sale al paso para infundirnos aliento con estas palabras inefables: "Venid a mí, todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo, y apren– ded de mí, que soy manso y humilde de corazón, y halla– réis descanso para vuestras almas, pues mi yugo es blando y mi carga ligera". (Mateo XI, 28-29). ¿Es que Cristo quiere dorarnos la píldora, para que con– tinuemos adelante con el señuelo de un engaño? No; Cris– to no puede engañarnos nunca. Pero lo que es difícil, me– jor diría imposible, para nuestra humana fragilidad, la ayu– da de la gracia de Dios puede hacerlo posible, y hasta fá– cil. Nada podemos sin ella en el campo de lo sobrenatural. "Sin mí no podéis hacer nada", -dice Cristo. Pero esa gra– cia de Dios la podemos conseguir en abundancia con la ora– ción humilde, confiada y perseverante. Hay otra cosa que puede poner en juego todas las ener– gías latentes en nuestro ser; y ese resorte, capaz de desper– tar en nosotros esas fuerzas desconocidas es el amor. Na– die sabe de lo que es capaz un hombre enamorado de una idea. Nadie sabe adónde puede llegar un ser humano que ha clavado en lo más hondo de su corazón la bandera de un ideal. Es una máquina de tren. Parece un monstruo dormido en la noche sobre los raíles de una vía solitaria. Nadie pue– de imaginarse ese fenómeno de la velocidad, en aquella quietud fría e inerte del monstruo. Pero comienza a alborear por el horizonte. Se acerca la

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