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RA.l>IOGR.AFÍA DE LA FRIVOLIDAD 295 tar ese admirable concierto de campanas en honor de la Divinidad. Y el hombre dispone de la ayuda de la divina gracia para que ese concierto resulte afinado y armonioso, y sea grato a los oídos del Padre que está en los cielos. Entonces, ¿por qué no suenan esas campanas que Dios ha colocado en ese alto campanario que es el hombre? La única explicación es nuestra rebelde libertad. Nuestra li– bertad, presionada por nuestras pasiones, es la que las ha– ce enmudecer. La libertad es la que mantiene a Dios "mar– ginado" de nuestra vida. Hora es ya de prender en ella la luz y el fuego de un ideal, que nos oriente y nos empuje hacia las altas cumbres del vivir cristiano. "Un tiempo érais tinieblas, pero ahora sois luz en el Se– ñor. Caminad como hijos que sois de la luz. Los frutos de la luz consisten en todo lo que es bondad, justicia y ver– dad", -escribía San Pablo a los Efesios. (V, 8-9). Y a los Colosenses: "Buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios: pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra". (III, 1). Que, en el fondo, es lo que escribía nuestro poeta: "Vive tu propio vivir; deja del valle la hondura, que si alas te dio Natura, te las dio para subir". (Gabriel y Galán). "Vive tu propio vivir", -nos dice el poeta. Y nuestro propio vivir, indudablemente que debe ser el de cristianos. Abrimos ese pequeño libro de oro del Catecismo, y leemos: --"¿Qué quiere decir cristiano? Y contesta: Cristiano quiere decir hombre de Cristo. -¿Qué entiendes por hombre de Cristo? -Por hombre de Cristo entiendo, hombre que tiene la fe de Jesucristo que profesó en el santo Bautismo y que está obligado a su santo servicio". Yo supongo cristianos a todos mis lectores. Les supon– go, por tanto, bautizados, creyendo firmemente toda la doc– trina cristiana, y conscientes de su sagrado deber de estar al servicio de Cristo. Este servicio de Cristo supone la acep– tación y obediencia a sus leyes. Por tanto, el ideal de todo cristiano debe ser el servicio