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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 289 pañola envidiable, para, con profundo espíritu de noble gra– titud, elevarnos más hacia Dios y vivir más en cristiano, pues, en definitiva, Dios es el que ha hecho posibles todas esas realidades. Cuando nos sonría el bienestar, sepamos ver a través de esa sonrisa el rostro de Dios. El es el que nos lo propor– ciona, no para alejarnos de El, sino para que mejor le sir– vamos. La multiplicación de los beneficios de Dios sobre nosotros, va acrecentando la cuenta de nuestras responsa– bilidades. Y si no sabemos comportarnos a la altura de esos beneficios, poderoso es Dios para hundirnos en la sima de la miseria y de la abyección. ¡Arriba los corazones! ¡Que la historia cristiana de Es– paña no sufra un eclipse verp;onzoso! ¡Que europeizarse no sea descristianizarse! ¡Que nuestra apertura al mundo no sea sólo para encontrar reatables mercados en el exterior, sino más bien para comprendernos y amarnos como her– manos e hijos todos del Padre celestial! ¡Que alboree sobre España una era nueva en que lo, eternos valores del es– píritu encuentren su adecuada cotización! ¡Que ahora y siempre, por cima de todm, los títulos de gloria, apreciemos el de ser católicos, apostólicos y romanos! Y, no lo dude– mos, España volverá a escalar las cumbres de sus mayores grandezas. Más de una vez a lo largo de este libro. hemos aludido al gran destino del hombre: Servir a Dios aquí en la tie– rra, y gozarle eternamente en el cielo. Cada hombre que se mueve por el mundo es una carta ya expedida, que lleva una dirección gloriosa: Destino, DIOS ... No nos exponga– mos a extraviarnos para terminar en el fuego, sin alcanzar nuestro glorioso destino. La carta, para que circule sin obstáculos hacia su des– tinatario, necesita un determinado franqueo. El hombre, carta expedida hacia Dios, también. Y el franqueo de esta carta, que es la humana criatura, lo constituyen los diez Mandamientos de la Ley de Dios y los cinco de la Santa Madre Iglesia. Si el franqueo no llega a esa cantidad, nos retirarán de la circulación, y nuestro destino será el fuego. Ya sabes, lector amado, a qué fuego nos referimos... Orga– nicemos, pues, nuestra vida, para que ella no termine en un eterno fracaso. El asunto es, ciertamente, de los que tie-

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