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CAPITULO XXIII TRATAMIENTO DE LA FRIVOLIDAD (Ill) IV.-Rectificar y formar la conciencia. Hoy la mayor parte de las gentes que se mueven por el mundo tienen una conciencia deformada. Y cuando lle– ga el momento de obrar obran bajo el influjo de esa con– ciencia errónea. Por necesidad tienen que cometer muchos disparates reñidos con la sana moral, a los cuales ellos, pre– cisamente por esa deformación de conciencia, no les dan la menor importancia. Un autor piadoso escribe: "Las malas lecturas, las malas conversaciones, las malas compañías y tratos con personas de vida libre y de concien– cia desgarrada, los espectáculos licenciosos, todo esto impi– de formar buena conciencia. Las novelas, por ejemplo, los periódicos libres y transi– gentes, las compañías y compadrazgos con personas de vi– da mundana, el cine, el teatro, sobre todo las revistas ilus– tradas ... nos familiarizan con el vicio, nos hacen naturales las condescendencias, complicidades y flaquezas humanas. Y hasta nos van infundiendo poco a poco otro criterio, otro modo de ver las cosas, otra ley y norma mucho más ancha que la Ley de Dios. Es la ley y norma del mundo, que es muy ancha, laxa y condescendiente... Pero lo que más que nada deforma la buena concien– cia es la mala vida. Es difícil, por no decir imposible, que quien peca no ensanche un poco las mallas de la ley, para absolverse a sí mismo, o al menos justificarse o excusarse en parte. El pecador siempre está dispuesto a creer y re– cibir máximas anchas e interpretaciones laxas de las leyes, para disminuir así su responsabilidad y sus inquietudes. El vicio, que todo lo corroe, corroe de un modo singular la buena conciencia, habituándola a malas acciones, y encalle– ciéndola en el vicio". Sin duda que una de nuestras más graves obligacio– nes es la de formar bien nuestra conciencia. Procurar se– riamente adquirir una conciencia recta, que nos dicte siem-
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