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2GI\ P. DAVID Dll: LA CALZ,\DA sabio con los cadáveres de un panteón, y las saludables reacciones que este enfrentamiento le produjo. He aquí sus palabras: "¡Oh, cuántas veces me acaece entrar en los sepulcros de alguno;;; muertos, y maravillado y atónito de lo que veo, pongo los ojos en aquella figura, meneo los huesos, junto las manos, concierto los labios y póngome a decir entre mí: ¡Mira aquellos pies, cuántos caminos anduvieron! ¡Aquellas manos, cuánto apañaron y guardaron! ¡Aquellos ojos, cuán– tas vanidades miraron! ¡Para aquella boca, cuántas golosi– nas se guisaron! ¡Aquellos huesos de la cabeza, cuántas to– rres de viento fabricaron! ¡Por el deleite de aquellos pol– vos y pellejos tan sucios, cuántos pecados se hicieron, por los cuales el ánima de este cuerpo por ventura estará aho– ra penando para siempre! Salgo después de aquel lugar, atónito, y encontrándome con alguno;; hombres, pong;o los ojos en ellos, y miro que estos también, y yo con ellos, nos hemos de ver presto de aquella manera y en aquella misma vileza. Pues, ¡oh mi– serable de mí, ¿para qué son las riquezas si aquí me ten– go de ver tan desnudo? ¿Para qué las galas y atavíos, pues aquí me tengo de ver tan feo? ¿Para qué los deleites y co– midas, pues aquí tengo de ser manjar de gusanos?" Carlos V en su Monasterio de Yuste, gustaba de cele– brar en vida sus funerales, para compenetrarse con la idea de su propia muerte. Después de una de esas fúnebres ce– lebraciones, hablando con los monjes del Monasterio, dijo, recordando la plática que, con tal motivo, había predica– do Fray Juan de Regla: -Buen discurso hicísteis, Padre, en mis funerales; así quisiera yo oír sermone:, tres veces al día". ¿Quién de nosotros sería capaz de aguantar tres sermo– nes diarios sobre el tema de nuestra muerte? Pues eso, que quizá nosotros consideraríamos como intolerable, lo desea– ba ardientemente el emperador Carlos V. Se dio cuenta de que su vida avanzaba hacia un próximo fin, y quería pre– pararse lo mejor posible con la asidua reflexión sobre la muerte, que no le había de perdonar ni siquiera a él, el hombre más poderoso del mundo. Pero hemos dicho antes que no sólo son verdades eternas que infunden ese saludable terror al alma, y la obliga 11- a dejar el pecado, emprendiendo el camino de la

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