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P. DAVID DE LA CALZADA En los escritos de Pío XII encontramos dolorosos lamen– tos contra esa costumbre, que ya entonces se iniciaba, de suprimir de la predicación las verdades eternas. Pero la anécdota referida nos parece más que suficiente para po– ner en claro su pensamiento, y nos releva de transcribir aquí largos textos de sus discursos. La sociedad de la que están ausentes las verdades eternas, necesariamente tiene que ser frívola ... Y conste que, al hablar de verdades eternas, no sólo nos referimos a la muerte, al juicio y al infierno; sino también al fin del hombre, a la tragedia del pecado, a la salvación del alma, a la vida futura, al cielo. No sólo a las verdades que infunden terror, sino también a las que orientan y es– timulan con la esperanza en promesas divinas de una eter– na felicidad. Hoy el mundo necesita urgentemente olvidar y dar de mano a muchas tonterías, y necesita recordar y meditar un poco más en las verdades eternas. Sólo esto bastaría para que la humanidad cambiara de rumbo. Nada menos que el Papa León XIII escribió: "La medi– tación del fin del hombre por sí sola bastaría para renovar todo el orden social". Se cuenta del rey Felipe II que en cierta ocasión, admi– rado de la vida honesta y santa que llevaban los jóvenes jesuítas, con desprecio del mundo y de sus vanidades, pre– guntó a uno de los profesos: -¿Es verdad eso que se dice, que los de la Compañía poseen una yerba misteriosa que les preserva de caer en las tentaciones de la carne? -En efecto, -contestó el interrogado. -¿Y no podría yo conocer esa yerba?, -preguntó un poco intrigado el monarca. -No hay dificultad ninguna en ello, -contestó el reli– gioso. -Esa yerba es el santo temor de Dios ... En efecto; esa yerba preserva de sucumbir en las ten– taciones. Esa yerba preserva de los pecados. Esa yerba nos espolea y nos empuja con fuerza enorme por los caminos de la santidad. Y esa yerba misteriosa nace en las almas con el riego de la reflexión sobre las verdades eternas. ¡La yerba milagrosa del santo temor de Dios! En nuestro tiempo, presidido por la blandenguería, so– mos más inclinados a pensar en la divina misericordia, y a

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