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254 P. DAVID DE LA CALZADA "La falta de reflexión, de recogimiento, de meditación sobre las verdades de la fe: falta de vida interior. Los hombres se agitan corno en torbellino, viven al va– por derramados en mil objetos exteriores, sin entrar casi nunca dentro de sí. Huyó de la vida moderna la quietud, el reposo y el sosiego. ¿Qué extraño es que los hombres no conozcan su fin, entregados a la febril excitación de una vi– da siempre inquieta y disipada? El remedio de mal tan grande salta a la vista. La deso– lación cubre la tierra, porque nadie se recoge dentro de su corazón, a pensar que tiene un alma que salvar, y que es– tá de paso en este mundo". (P. Agustí). Sobre aquello del Evangelio "la semilla es la palabra de Dios", escribe atinadamente un autor de nuestros días: "La semilla siempre es fecunda en sí misma, pero nece– sita un ambiente propicio, un tempero adecuado para que germine y lleve fruto abundante... Nosotros, los cristia..11.0s del siglo XX, metidos en el trá– fago del mundo, tenemos un gran peligro: la irreflexión. Oímos muchas cosas, sabemos demasiado: pero nues– tro obrar no corresponde a nuestros principios. ¿No te pa– rece, compañero de ruta, que nuestras vidas serían más limpias si diésemos cada día diez minutos a la reflexión so– bre la palabra de Dios?" En efecto, bastarían diez minutos cada día de reflexión profunda sobre la divina palabra, para que nuestras vidas cambiaran de plano. Y no se necesitaría para ello reflexio– nar sobre todas las verdades de la fe; bastaría hacerlo so– bre una sola cualquiera. Pongamos, por ejemplo, la del cielo. En el mundo la esperanza de un salario conveniente, es la que nos pone en movimiento y nos hace trabajar en fir– me ocho o más horas. Y cuanto mayor sea el salario, con más esmero y gusto trabajamos. Si reflexionáramos seriamente en el mérito de una sola buena acción, hecha en estado de gracia y en servicio de Dios, y en la paga que Dios nos ha de dar por ella eterna– mente en el cielo; si pensáramos que la gloria que corres– ponderá a esa buena acción superará a la gloria y a los pla– ceres que hasta ahora han gozado todos los hombres del mundo en todo el transcurso de la historia, ¿qué dificultad podría ponérsenos delante que no la arrolláramos, a true-
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