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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 251 todos los que no son atacados en el primer momento, y de– jar a los enfermos abandonados a su suerte. Pero se impo– ne adoptar medios preventivos para inmunizarse: un me– dicamento, una vacuna, una medida higiénica. Así se pue– de continuar en la sociedad, atendiendo a sus necesidades, sin peligro de contagiarse con sus lacras. Hoy se habla mucho de ir al mundo; hasta se recomien– da la inmersión en el mundo, y otras muchas cosas por el estilo. Pero no olvidemos que el mundo es un enemigo del alma, y que hay que ir a él bien prevenidos, para evitar que nos convierta en sus víctimas. El que vaya a él confia– do e indefenso, perecerá. Ahí está la historia con la amar– ga experiencia de todos los días. ¡Cuántas cosas podríamos narrar aquí! Todas ellas constituyen una lección elocuente y humillante de la humana fragilidad frente a enemigo tan poderoso como es el mundo. Lo refiere la escritora sueca Lagerlof en sus "Leyendas de Cristo". Allá en la Edad Media hubo un caballero de Florencia que se enroló en las filas de los cruzados. Era valiente, y tuvo la suerte feliz de ser el primero que escalara las murallas de Jerusalén. Y, tras esto, tuvo también la fortuna de ser el primero que llegara a encen– der su cirio en las lámparas que ardían ante el sepulcro del Señor. Fue entonces cuando sintió la emoción más honda de su vida; y en aquel mismo instante hizo voto de llevar hasta su patria la luz que acababa de encender en aquel santo lugar. Las preocupaciones, fatigas y trabajos que el cumpli– miento de este voto le originó, fueron inauditos. Podéis imaginarlo vosotros. ¡Todo un larguísimo viaje con un ci– rio encendido! De día y de noche. Por tierra y por mar. Con vientos y lluvias. Con graciosos y gamberros, que en mil ocasiones intentarían apagárselo, por sólo el placer de llevarle la contra... Pero dice la leyenda sueca que, en estos piadosos afa– nes, sintió el caballero que poco a poco se iba transforman– do todo su. ser. Por fin un día, lleno de gozo, pudo llegar a encender con la luz de su cirio las velas del altar mayor de la cate– dral de Florencia, su patria. ¡Y se sintió ya otro hombre!. .. De violento y pendenciero, se había transformado en ama-

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