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248 P. DAVID DE LA CALZADA que escucha mis palabras y las pone por obra, será como el varón prudente, que edifica su casa sobre roca. Cayó la llu– via, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y dieron so– bre aquella casa, pero no cayó, porque estaba fundada so– bre roca". (Mateo VII, 24). La educación y formación cristiana del hombre tiene que comenzar en el hogar, con las santas instrucciones, los luminosos consejos y los constantes buenos ejemplos de los padres. ¡Ay de los abandonados! ¡Ay de los escandalosos! Esa educación cristiana del hogar, debe simultanearse con la de la escuela o el colegio. Los padres son responsa– bles del colegio o escuela a los que envíen a sus hijos. Es necesario que se aseguren por anticipado de si allí van a re– cibir una formación netamente cristiana, o por el contrario, una deformación. Pero no deben contentarse los padres con la educación que proporcionen a sus hijos en el hogar y en el colegio. Esa formación debe completarse y depurarse en la iglesia, con la asistencia a los actos de culto, a la predicación sa– grada y a la catequesis. Con todos estos medios de siembra espiritual en el al– ma, es poco menos que imposible que no se formen buenos y excelentes cristianos, aptos para, con la ayuda de Dios, triunfar de los enemigos y conquistar el cielo. Todavía recuerdo con emoción el caso de algunos ajusti– ciados. El sacerdote se acercaba a ellos para ofrecerles los auxilios espirituales, a fin de que pudieran morir como cristianos y salvar su alma. Unos admitían esos servicios, y se confesaban y comulgaban a última hora. Otros morían como condenados, rechazando obstinadamente los sacra– mentos. Pero, (¡caso curioso!), los que en su lejana niñez ha– bían recibido una esmerada educación cristiana, aunque luego por el ambiente y las malas compañías, se hubieran descaminado en la vida, a la hora de la muerte casi todos reaccionaban, y aquella casi ahogada semilla de su prime– ra educación producía sus frutos. En cambio, los que se ha– bían criado como unos animalitos, sin recibir en sus prime– ros años esa cristiana educación, eran los que rechazaban de plano los auxilios espirituales y morían como unos con– denados. Todavía me permito apuntar otro medio admirable, que

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