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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 247 el Evangelio, y con su presión constante de mil modos, ha logrado infiltrarse en su cerebro y en su corazón, casi con– venciéndole de que no hay más remedio que convertirse en uno más de la masa, aunque proteste indignada su con– ciencia. De aquí que se necesite un auténtico "lavado de cerebro" en el mejor sentido de la palabra; una desintoxicación a fondo, a base de eliminar todas esas ideas mundanas erró– neas. Y luego, una reeducación a base de Evangelio, para meter en lo más hondo del cerebro y del corazón, como principios y directrices de nuestra vida, las auténticas ideas cristianas. En una palabra, desalojar al mundo y en– tronizar a Cristo. La mentira moral no puede llevarnos por buena senda. Y el mundo es un enemü(o del alma, anatematizado por el Señor. Sus máximas están impregnadas del error y de la mentira. Y, en consecuencia, una formación imbuida por las má-ximas del mundo, no podría llevarnos más que, a la muerte del pecado aquí, y a la muerte eterna allá. Toda educación debe ir fundada sobre la verdad; y la verdad es Cristo. Quien tiene a Cristo, tiene la verdad, y en ella el fundamento de la verdadera libertad. El mismo se lo decía a los judíos que habían creído en El: "Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis en verdad discípulos míos, y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres". (Juan VIII, 31-32). Yo añadiría que la verdad nos hará hombres, nos hará cristianos, y nos hará, finalmente, cortesanos del cielo. Des– entenderse de la verdad religiosa o renunciar a ella, se ría un suicidio espiritual. Formación religiosa y moral a base de la verdad de Cristo. El barco, para que pueda marchar seguro por el mar, desafiando las olas y los vientos, necesita peso, lastre. De lo contrario, libre de toda carga, sería lm fácil juguete de los vientos y las olas. El hombre necesita en el alma peso de creencias y de principios sanos. Así no será tan fácilmente juguete del mundo y de las pasiones. "El árbol de profundas raíces no teme los vientos, -di– ce un refrán japonés. Y con más autoridad aún que la fi– losofía popular japonesa, Cristo nos certifica: "...todo el
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