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24G P. DAV!D DE l,A CALZAl>A carnos la existencia de la enfermedad. El diagnóstico que– da hecho, sin sombra de duda alguna. ¿Qué hacer? ¿Dejaremos al enfermo abandonado a su dolencia, que pueda llevarle a la eterna muerte y al fraca– so definitivo? ¡Sería cruel! Lo que urge, pues, es proponer– le el tratamiento adecuado que pueda traerle la curación total o, al menos, un alivio o una reducción de la magnitud de la epidemia. Por suerte, la enfermedad no es incurable; pero hace falta someterse con energía al tratamiento, y esto es lo di– fícil. Siempre fue duro luchar contra las pasiones enraiza– das en nuestra viciada naturaleza. Hay muchos que prefie– ren morir, antes que someterse al tratamiento. ¡Tanta ce– guedad puede caber en el hombre! De su condenación, sólo él tendría la culpa. Mas para los sensatos, para los de buena voluntad, para los que sinceramente buscan su curación, he aquí unos cuántos remedios de comprobada eficacia. 1.-La formación espiritual seria, cual conviene a la dignidad de un cristiano. A un joven príncipe, que un día habrá de suceder al rey, su padre, en el gobierno de una nación, se le procura por todos los medios una educación esmerada, para que lle– ve con dignidad su jerarquía. Sería intolerable que un príncipe o un rey, carentes por completo de formación ade– cuada, llevaran, para irrisión de todos, unas costumbres y unos modales de palurdos. La nación no se lo aguantaría. Su trono correría gran peligro de derrumbarse. El cristiano es un príncipe, hijo adoptivo de Dios que, por divinos designios, tiene que arrastrar por el mundo una existencia mortal efímera. Se trata de una prueba, ideada por Dios, para ver si el hombre se hace digno con su porte, de ocupar un día un trono en la corte del cielo. Pero ese príncipe, que es el hombre, que somos todos nosotros, nace mal inclinado, sujeto a bajas pasiones que le empujan con violencia hacia el mal. Se hace imprescin– dible, para evitar que sea un degenerado, someterle a una educación y formación a fondo. Por otra parte, ese hombre se encuentra en el ambiente adverso de un mundo medio paganizado que, con sus má– ximas perversas, sus usos y costumbres nada acordes con

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