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CAPITULO XXI TRATAMIENTO DE LA FRIVOLIDAD (1) No se vaya a creer que cuando hablamos de frivolidad, pensamos sólo en los bohemios de profesión, en los moder– nos bobalicones llamados los "ye-ye" o en los "hippies" me– lenudos. Tampoco reducimos nuestra acepción de frívolos a los vulgares gamberros que se adueñan de las calles de todas las ciudades de la tierra, no dejando en paz ni perros ni gatos ni hombres; o a los llamados conjuntos musicales de música nueva, cuyos componentes se descoyuntan en grotescas contorsiones, mientras soplan desaforadamente sobre un instrumento de viento, o pasan la mano nerviosa sobre las cuerdas de una guitarra eléctrica sostenida a la altura del abdomen. Sin dejar de incluirlos a todos ellos, tenemos que decir que la frivolidad abarca una gama más extensa aún; va di– luida en todos los sectores de la sociedad actual. Y sobre todo tenemos que decir que son frívolos todos los que, ol– vidados de los grandes problemas religiosos y morales con repercusión en el más allá, centran todos sus pensamientos y amores en las cosas caducas de este mundo, que muy pronto tendrán que abandonar forzosamente. Los hemos enu– merado en tantas ocasiones a lo largo de este libro, que ya huelga la repetición. Todos esos, son tristes víctimas de esa trágica dolencia que se llama frivolidad. Pío XI la llama "dolencia". Dolencia, es enfermedad. En nuestro caso, no enfermedad física, sino moral. Y el Papa afirma que es la más grave de cuantas hoy existen. Nosotros añadiríamos que, por sus dimensiones univer– sales, hoy alcanza proporciones de gigantesca epidemia, con una enorme fuerza de contagio. El contagiado, por supuesto, es el hombre. La frivolidad no existe entre los animales ni entre los otros seres de la creación. ¡Y qué pocos hombres se libran del contagio! Nosotros en este libro hemos procurado aplicarle a este fenómeno de masas, los rayos X de la razón y de la fe, y le hemos sacado una radiografía. Ella se encarga de certifl-