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RADIOGRAFÍA DE LA FRIVOLIDAD 243 do para la felicidad. Nos ha destinado al cielo. Y allí llega– remos, si no erramos el camino. Pero, ¡ojo con nuestra libertad, que puede marcarnos falsos derroteros! La primera cosa que tiene que recordar un peregrino, es que es peregrino. Y, en consecuencia, debe tomar para su viaje sólo lo que sea necesario, no cargarse de impedi– menta, no perder el tiempo en el camino. Con frecuencia se encontrará en su travesía con bellos paisajes, escenas curiosas, personas atractivas, praderas ver– deantes, sembradas de flores, que le tentarán para que se detenga a disfrutar de todo. Si el recuerdo de la lejana patria del cielo y del cálido hogar del Padre está bien grabado en la memoria, conti– nuará su camino sin enredarse en cosas que no le impor– tan y que pudieran perjudicarle. Muchos se olvidan de que son peregrinos de la felicidad, del cielo; y llegan a mirar el mundo como algo permanen– te, algo así como su patria, su casa, dedicándose con ansia febril a la captura de los bienes materiales. Y, cuando me– nos lo piensan, se presenta la muerte para decirles que ya es hora de partir... Esa conducta es tan estúpida, como la del viajero que se dedicara a adornar fastuosamente el departamento del tren en que viaja, como si allí hubiera de vivir siempre; y de pronto le llega la estación de bajada, y allí lo tiene que dejar todo, para que otros viajeros lo disfruten por al– gún tiempo, y luego lo tengan que abandonar también. Nuestro destino aquí no es gozar, sino caminar hacia los goces eternos. O, como dice un minuto de filosofía, "esta vida no se nos ha dado para ser felices, sino para mere– cer serlo". En otras palabras: No estamos en este mundo para co– mer a horas fijas, dormir con regularidad, fortalecer el or– ganismo con el deporte, divertirnos todo lo posible y vivir ciento veinte años. Estamos aquí para servir a Dios y con– quistar el cielo ... Si esto no se realiza, seremos unos pobres fracasados, aunque hayamos sido unos personajes y nos ha– yamos divertido mucho. Como aquel cieguecito de Jericó, digamos a Jesús que pasa todos los días ante nosotros: "Señor, que vea". Que no me deje embaucar por las fascinaciones de este mundo.
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