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242 P. DAVID DE LA CALZADA hombres se olvidarán muy pronto, y las salas de fiestas y los clubs nocturnos seguirán funcionando, repletos de clientes jóvenes que, en el baile alocado, seguirán buscando febril– mente la imposible felicidad... Deliberadamente no he querido aducir aquí testimonios de santos para apoyar n:üs afirmaciones en este capítulo. La opinión de todos es unánime en este punto. Me hubie– ra sido sumamente fácil acumular aquí infinidad de textos. Pero ya só lo que hubiera ocurrido. Los frívolos me dirían a una voz: ¡Vaya testimonios que nos trae! Los santos, ¿qué van a decir? Por eso, en vez de los santos, les va a hablar ahora un frívolo. Un frívolo arrepentido y vuelto al camino de la sen– satez. Nada menos que un celebérrimo artista de cine, bien conocido de las personas mayores: José Mogica, hoy reli– gioso franciscano. He aquí sus declaraciones ante los micró– fonos de Radio Belgrano de Buenos Aires: "Nunca creí al iniciar mi vida religiosa, que un día vol– vería a estos micrófonos. Pero la vida del soldado fiel de Cristo estú hecha toda de sacrificios y disciplina. Yo, que he tenido en abundancia todo lo que anhela la juventud, he venido para deciros que todo el oro del mundo, fama, poder, apbusos y placeres, no pueden compararse con el sentimiento que proporciona una sola hora al servicio de Cristo". Pero si este testimonio todavía no os satisface, os re– cordaré el de un ern.perador de Roma, pagano, que podría– mos decir que entonces era emperador del mundo: "No sé qué puedo puesto que todo lo tengo: Sa- lud, rique;,;a, poder, gloria, placeres, diversiones ... Sin em– bargo, noto que me falta algo qLw no acierto a descubrir... Siento un vacío en el corazón que no me deja vivir en paz". César Augusto). ¿No os parece suficiente la experiencia de este empera– dor pagano? "No tenemos aquí ciudad permanente", -decía San Pa– blo. Luego somos transeúntes, caminantes, peregrinos que marchamos hacia nuestra verdadera patria, que es donde tendremos ciudad permanente. Si nos salvamos, nuestra ciudad .,.,_,u~•· será el cielo. Si nos condenamos, nues– tra -.H.n,u~ permanente será el infierno. Dios desea sinceramente nuestra salvación. Nos ha crea-

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